Hace diez años, Luis de Sebastián, profesor de economía internacional y funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo, publicó un artículo: “Brasil, eterna promesa” que hoy, a la luz del Mundial de Fútbol, recientemente celebrado, y de las graves protestas sociales, tiene una gran actualidad a pesar de los años transcurridos.
La salida de la recesión mundial de principios de los años 90 se debió en gran parte a la locomotora americana y a las locomotoras más modestas de los países emergentes, entre ellos el Brasil, que, como dicen con amargura los brasileños, es el “eterno país del futuro”.
La reacción de la gente y, sobre todo, de los movimientos sociales y de las minorías más críticas con el sistema, conscientes de la pobreza y de la desigualdad dominante, es comprensible ante los fastos del Mundial. Apagadas las luces y consumida la pólvora de los fuegos de artificio, los graves y dolorosos problemas del Brasil siguen en pie, tercos.
¿Qué le ha sucedido al Brasil? Los problemas de la economía y de una sociedad muy desigual, donde conviven los más ricos y más pobres de la tierra, no han permitido un desarrollo económico y social estable y equilibrado.
Las reformas del presidente Lula, que supusieron una enorme carga de esperanza, han sido un éxito moderado. Pero al Brasil, como a muchos de sus vecinos, les queda pendiente la deuda social que tienen que acabar de pagar para impedir que se agranden las diferencias sociales y aumente el reino de la equidad y la inclusión, a fin de que todos participen del desarrollo, en especial los más empobrecidos.
Un Mundial nos seduce a todos. Y, al tiempo que nos permite ver el mejor fútbol, nos introduce en una experiencia única, la del compartir los mismos sueños y emociones. Pero también es un escaparate que deja en evidencia contradicciones e insatisfacciones. Tal es así que el descontento popular y la violencia están haciendo invivibles las grandes ciudades. La riqueza aumenta, pero también la desigualdad. ¿Se podrán seguir defendiendo modelos económicos que producen semejantes resultados?
Si Brasil deja algo en claro es la arritmia que sufren las economías latinoamericanas. Nuestro gran desafío, también en el Ecuador, es que los frutos de la estabilidad lleguen a las mayorías empobrecidas y alcancen a todos.
La Doctrina Social de la Iglesia habla de la necesaria “globalización de la equidad”. Ante el fenómeno global que es el fútbol, me he preguntado si seremos capaces de demostrar el mismo entusiasmo (aunque sólo fuera a la hora de invertir recursos) en la generación de políticas incluyentes y equitativas. Sería la única manera de acabar con la rabia de los jóvenes y de los pobres y, por tanto, con esta violencia endémica que nos acompaña. Ojalá que el fútbol, con toda su parafernalia triunfalista no nos despiste de lo fundamental: el bien de las personas y de los pueblos siempre sedientos de justicia.