No quiero leer la prensa, no importa de qué país, cuando los titulares hablan justamente de la falta de libertad de expresión, de la falta del poder sobre nuestras ideas. Las fotos reseñan la incontrolable felicidad de los líderes nacionales ante un triunfo que en realidad es una gran pérdida, la desaparición de un derecho innato. La prensa no escribe novelas o cuentos, informa hechos investigados y comprobados, más aún cuando estos se representan abiertamente, sin vergüenza, con énfasis en el uso equivocado del poder.
Los diarios extranjeros deploran los sucesos y sí expresan, no solo su descontento, sino un abierto desacuerdo contra el brutal ataque a un diario, al cual respeto; a unos periodistas, a quienes no conozco, pero cuya valentía admiro sin límites. Esa es la libre expresión; pensar, hablar, escribir sin temor.
Al ser candidato, se expone frente a un pueblo de aprobadores y reprobadores, adoradores y detractores, algunos estarán de acuerdo con su actitud y sus obras, otros no. Eso es ser un político. El poder que obtiene a través de la votación que lo nombra presidente, alcalde o asambleísta, debería obligarlo a ser constructor de libertades, líder del desarrollo y buen vivir de todos, no solo de quienes lo siguen como borregos. La decisión de hacerlo es autoinfligida. El candidato sabe que se expone a que su ropa sucia se lave en público, a que sus más íntimos secretos se develen, a ser investigado, amado u odiado, aceptado o criticado.
Hasta hace poco, el pueblo aplaudía cuando la prensa sacaba a relucir la incorrección o corrupción. La prensa no era corrupta sino estaba de acuerdo con la mayoría gobernante. Hoy lo es si no repite las expresiones de los todopoderosos. Solo aquellos periodistas borregos, pagados por ese mismo poder, son pulcros y correctos, parte del rebaño. No reflexionan sobre los chistes de mal gusto, que han atacado a casi todos, a los que molestan sus gestos populistas de triunfo, su repulsión a todo lo que se acerca demasiado a sus complejos y problemas, que quizá nunca comprenderemos, si no es por el hambre de poder totalitario y control desmedido, sobre un pueblo hasta hace poco unido, tranquilo y pacífico.
Vivimos un borreguismo, término perfecto para describir a aquellos que, sin razonamiento, siguen de cerca y aprueban este show que nos aleja del resto del mundo, desviándonos de la globalización y los grandes beneficios del desarrollo . Somos borregos o somos corruptos y otros cuantos epítetos más. Si no somos borregos estamos expuestos a lo que leemos en las primeras planas de los diarios nacionales y extranjeros, que también han sido descritos como parte de la prensa corrupta, simplemente por ser independientes y libres.