‘Me precipité sobre las bayonetas”, fue la explicación que dio Velasco Ibarra al hecho de que los propios militares que lo apoyaban lo derrocaron del poder cuando intentó proclamarse dictador. Luego de esa primera administración y esa caída se pasó su vida política adulando a los militares cuando estaba en la Presidencia y acusándolos de traidores cuando iba al exilio. Pero aunque trató de no precipitarse de nuevo sobre las bayonetas, las Fuerzas Armadas lo botaron tres veces más.
Evitar precipitarse sobre las bayonetas ha sido una consigna de los gobernantes, pero algunos lo han hecho, como nuestro mandatario actual, con los resultados de la reciente insurrección policial y de algunos militares. Sin embargo, mucho más importante que establecer los detalles de los incidentes del jueves, es responder a la pregunta de fondo: ¿Por qué los policías plegaron a la insurrección enseguida y en forma masiva? ¿Por qué lo hicieron a pesar de que han recibido alzas salariales y otras ventajas del Régimen?
La pregunta no es fácil de contestar. Pero hacer a Sociedad Patriótica y sus jefes los principales responsables de la revuelta es inexacto, aunque hubo varios políticos de oposición que trataron de pescar a río revuelto. Culpar de los hechos a la actitud del Presidente es también incorrecto, aunque sus imprudencias y los cálculos políticos gubernamentales pudieron haber agudizado la violencia. Se debe buscar una causa de fondo.
El veto presidencial con la supresión de condecoraciones y pagos extras fue solo el detonante de una situación que, al parecer, se estaba acumulando desde hace tiempo. Una reacción como la que se produjo, por cierto injustificable y repudiable en todo sentido, no podía ser cuestión de unas horas. Parece que en la Policía se ha gestado una situación de desconfianza respecto del Gobierno y de rechazo al proyecto oficial de reorganizarla.
La intención de sancionar a los responsables del famoso caso Fybeca, la voluntad de garantizar los derechos humanos de los detenidos, el quitar a la Policía el monopolio del manejo del tránsito y la tramitación de licencias de conducción, los anuncios de reorganización de la vida institucional, entre otras cosas, podrían haber incubado el descontento. Y eso es mucho más grave que un motivo coyuntural, porque quiere decir que la resistencia es al cambio, a la vigencia de la democracia y al respeto a las personas.
Debemos esperar que el país supere pronto el trauma de la insurrección policial; que se sancione con energía a los responsables, pero sin venganza; que el Gobierno trate de hallar una respuesta a la pregunta estructural que se plantea, y que, sobre todo, los hechos no cambien el proyecto de reorganizar la Policía, de cambiar sus prácticas de impunidad y de hacerle respetar los derechos humanos.