La política, como expresión del poder humano, suele ser falible e impredecible; la intención de los estrategas es minimizar esos riesgos. Pese al éxito en comunicación interna, la imagen externa del gobierno de Rafael Correa se va complicando, y nada pareciera más indicado que encargar al ex Secretario de la Administración y mentalizador de la imagen presidencial y gubernamental la tarea de compensar ese déficit.
El Gobierno no arrancó bien al haber establecido su política externa como un reflejo de su política interna. Con el tiempo, los estrategas entendieron que los asuntos domésticos no son tan vendedores en un mundo propenso a comprar ideas fuerza como, por ejemplo, la del país megadiverso.
Si ese innecesario reflejo se agudizó por las acciones de una diplomacia ideológica a cargo del canciller Ricardo Patiño, después la imagen externa se complicó cuando la comunicación no alcanzó para tapar los ataques a la libertad de expresión, que tuvieron sus picos más altos con los procesos contra El Universo y contra los autores del libro ‘El gran hermano’.
Tarde, los comunicadores se dieron cuenta de que había que hacer un gran trabajo para compensar la realidad. Desde entonces han trabajado intensamente, pero las cosas no han ido de lo mejor.
Un gran golpe mediático a escala planetaria, para usar los términos en que le gusta pensar al presidente Correa, fue el del asilo al ciberpirata Julián Assange. Con lo que no contaban quienes querían posicionar la imagen de un Gobierno campeón de las libertades es que el mundo iba a empezar a preguntar cómo se ejerce la libre expresión en este país ejemplar. Lo que hallaron no fue tan grandioso.
A más de un año de este suceso sin solución, se presenta el caso del infiltrador Edward Snowden. La posibilidad de ofrecerle asilo se presentaba como un hecho mediático incomparable, excepto porque se acababa de aprobar una Ley de Comunicación que ha recibido una avalancha de observaciones internacionales y que puede poner en la cárcel a quien se atreva a hacer la décima parte que lo que han hecho los dos héroes.
A mitad del camino, resultó urgente golpear el tablero y trasladar la discusión a un terreno bastante bien abonado internamente: la soberanía. Con la renuncia a las preferencias arancelarias estadounidenses para evitar un condicionamiento a las decisiones sobre Snowden, el Gobierno enfría el tema y, sobre todo, evita explicaciones sobre la responsabilidad del salvoconducto a favor del pirata y sobre el papel de Assange en el caso, cuya intromisión desde luego no afecta la soberanía. Aun si el presidente Correa decide no asilar a Snowden, el reposicionamiento de la imagen internacional será complejo. Porque lo que se comunica debe responder a la realidad y porque el mundo, como la política, es ancho y ajeno.