Hay muchas maneras de dividir a la humanidad (hombres y mujeres, jóvenes y viejos, blancos y negros, gordos y flacos, fumadores y no fumadores), pero ninguna tan cruel como la de quienes se bañan con agua caliente y los que lo hacen con agua fría.
Son raras las investigaciones sobre tan importante tema. Esta columna, sin embargo, perpetua servidora de la ciencia, lo ha intentado. Así, he podido averiguar que las personas que se bañan con agua fría son mucho más numerosas de lo que podría uno imaginarse.
Cito primero a mi guía en esta materia: el ya fallecido ex presidente Virgilio Barco. Siendo reportero tuve que cubrir su gestión como alcalde de Bogotá. Un día lo seguí hasta una reunión en la hirviente ciudad de Honda, y allí comentó a los periodistas que iba a tomar una ducha. De reparadora agua fría, supusimos.
-¡Cómo se les ocurre! -exclamó Barco-. Lo único mejor que una ducha fría en tierra caliente es una ducha caliente en tierra caliente.
Ese es mi líder.
La lista de bañifriistas es larga: soldados, policías y, en general, gentes de armas; monjes y monjas de todos los credos; alumnos internos; inquilinos de asilos, orfanatos y demás.
El grupo más interesante de esta mitad del mundo que no abre el grifo rojo son los militantes por convicción o costumbre. Me impactan sobre todo las señoras que, en las yertas mañanas bogotanas, se plantan enhiestas bajo una regadera de donde parecen caer cuchillas de afeitar o trozos de granizo. Afirman sentirse como nuevas tras semejante tortura. Pues bien: como ellas, piensan millones de personas. Una búsqueda en Internet de los “beneficios de la ducha fría” aporta en español 235 000 resultados, y en inglés 2 550 000. En tal aluvión hallarán ustedes miles de profetas que anuncian salud y felicidad a quien apague el calentador de agua.
Una médica llamada Alexa Fleckenstein ofrece 21 razones en pro del agua fría, que van desde “rejuvenecer el tono de la piel” hasta “combatir el insomnio”. Ella debe de considerar rejuvenecedor el cutis de color morado verdoso del bañifriista. En cuanto al insomnio, de solo pensar en un cuarto de baño sin vapor tibio, me desvelo. Aquello de que el agua fría hace bien al cuerpo es creencia absurda y vieja. Leo en Historias insólitas de los mundiales de fútbol, de Luciano Wernicke, que en la Copa Mundo de 1954 se impuso un terrible régimen para los árbitros. “Tomar una ducha fría por la mañana, antes de levantarse, y otra antes de acostarse”. Aparte de que la primera ducha no debe ser antes de levantarse -es decir, en la cama- sino después de hacerlo, creo que la FIFA no tenía mucha fe en sus recomendaciones. Yo he optado por una posición ecléctica o pluralista: un duchazo caliente seguido de otro duchazo caliente. Lo recomiendo a mis lectores.
El Tiempo, Colombia, GDA