Las últimas semanas, América Latina ha sido testigo del colapso de la integración propiamente dicha. Venezuela está llegando al final de su espiral de crisis que empezó tras el deceso de Hugo Chávez.
Al colapso económico y la violencia que cobra cada día al menos 10 vidas -solo en Caracas- se suma el colapso del poder legislativo y electoral.
Nicolás Maduro ha cerrado todas las vías de acción a la Asamblea Nacional, controla la justicia y, además, se niega a someterse a un referendo revocatorio que sabe que perderá.
¿Han visto a la Unasur reunirse de emergencia para defender la democracia o a su secretario general emitir un mensaje coherente al respecto o, mejor aún, tomar rápidamente el rol de mediador e impedir un baño de sangre?
Lo mejor que ha ocurrido en las últimas semanas es el mensaje personal que mandó esta semana el secretario general de la OEA, Luis Almagro, a Maduro.
Pero es un mensaje que no pasa de generar una humillación personal y política a alguien que nunca entendió el sentido de estas dos anteriores. A la OEA no le ha quedado más que la estrategia del escrache.
Venezuela terminó siendo nada más que un daño colateral de la crisis brasileña, donde las obcecados pronunciamientos de los de la Alba defendiendo a Dilma Rousseff a título personal, sin siquiera entender las dimensiones de la crisis interna, terminaron poniendo en la congeladora cualquier poder de intermediación que pudo tener Brasil sobre la crisis venezolana y, por antonomasia, sobre la gobernabilidad democrática en la región.
Ahora está más claro que nunca que la única definición de integración que los socialistas del siglo XXI tenían en mente es “un club para defender a los amigos de mi misma línea política”.
Buena estrategia: primero, dividir países por líneas ideológicas (¿integración inteligente le llamaban ?).
Segundo, multiplicar esquemas y organizaciones de integración para que se anulen unos a otros. Y, tercero, defender personas (siempre autoritarias por cierto) en lugar de instituciones y principios. Por eso dicen ahora que la estrategia es la integración latinoamericana, porque -en verdad- lo que quieren decir es desintegrarla.
Ah, la estrategia de vaciar a las palabras de sus contenidos.
En síntesis, los socialistas del siglo XXI pueden ya congratularse por haber conseguido terminar con la integración latinoamericana, entendida en el sentido más amplio.
Es decir, una integración que signifique construir un proyecto compartido, con mecanismos de gobernanza compartidos, con mecanismos de trabajo estables e institucionalizados en temas como comercio, mecanismos macroeconómicos, protección del medio ambiente y la diversidad, cambio climáticos, migración, políticas sociales. Sobre todo, una integración con principios compartidos en temas de DD.HH. y democracia. Citando a Malcom X, “quien no se para por principios, se cae por cualquier cosa”.