La planificación centralizada de la economía, entendida como el momento en que el Estado decide qué se debe producir y qué no, ha tenido pésimas experiencias en estas tierras. La más antigua, cuando los Borbón nos decían qué producir, qué no producir y con quién podíamos negociar lo poco que nos permitían producir.
Aduciendo siempre ‘los más altos intereses del Reino’, los reyes españoles pusieron una enorme cantidad de restricciones a lo que las colonias americanas podían producir y con quienes podían negociar. El resultado (qué sorpresa) fue que las colonias españolas en América prosperen mucho menos que las colonias inglesas e incluso menos que las colonias portuguesas.
Las regulaciones eran absurdas. Por ejemplo, el cacao producido por Guayaquil solo podía enviarse a Lima. Y Lima solo podía exportar ese cacao a la península. Finalmente, solo desde España se lo podía exportar a cualquier parte del mundo. Era un delito grave negociar, por ejemplo, con barcos ingleses que se acercaban a las costas del actual Ecuador.
El cultivo de tabaco estaba tan restringido que la producción de América Española era insuficiente para satisfacer la demanda de la Madre Patria y los españoles terminaban importando tabaco de las colonias portuguesas. Pero recordemos que todas estas prohibiciones se las hacía siempre invocando los altos intereses del imperio.
En Hispanoamérica estaba prohibido producir vinos y aceites. Pero lo divertido de las prohibiciones tan estrictas es que en algún momento se necesita hacer excepciones. Y claro, hay muchas maneras de que los funcionarios públicos hagan una ‘excepción’. Por eso, a pesar de la prohibición de vino y aceites, a Chile y a Perú sí les estaba permitido producirlos, bajo la justificación de que estaban demasiado lejos para ser abastecidos por la península.
Pero como ya se hizo una excepción para Chile y Perú, se buscó equilibrar este privilegio prohibiéndoles a esas dos regiones la producción de tabaco y el cultivo de caña de azúcar.
Tanta traba explica perfectamente por qué entre los primeros puntos de la declaración de independencia de Guayaquil el 9 de octubre de 1820, haya estado ‘la libertad de comercio’.
Supongo que para cada una de las innumerables trabas que se crearon durante la colonia, habría un justificativo redactado por un burócrata imperial que desconocía la realidad americana y al que le pagaban por escribir justificaciones para normas que, en el fondo, solo beneficiaban al rey y a sus allegados.
Los ingleses (que tampoco eran unos santos) nunca pusieron trabas de ese estilo a sus colonias y ellas florecieron mucho más que las colonias españolas. Ahí no se mató la creatividad ni se coartó la libertad económica.