Hay países que pueden vivir sin presidentes. El funcionamiento de una nación desarrollada se desenvuelve sin necesidad de gobernantes o jefes, un buen ejemplo de eso es Chile o los Estados Unidos. No importa quién gobierne, el país sigue, las cosas funcionan y las instituciones responden.
En el Ecuador nada de lo estatal anda bien. Es cuestión de intentar un trámite en cualquier entidad pública y advertir el caos. Para empezar el ambiente, todo sucio, oficinas inmundas, inservibles. Luego la atención de los empleados, después lo engorroso de la diligencia propiamente dicha, la corrupción, la pérdida de tiempo.
Basta intentar una llamada al ‘call center’ de cualquier despacho estatal. No responden, solo habla una grabadora con voz de atiborrada de eficiencia. Es para morirse de iras. Energía, tiempo y paciencia puestos de cabeza. ¿Cómo cuantificar lo que pierde la economía con esta práctica?
Ya en el edificio gubernamental el asunto de los turnos es un cuento. Nadie respeta y los más avezados se pasan por atrás del mostrador. La versión de que “se fue el sistema” es respuesta más común a la incapacidad, la salida fácil a la estulticia.
Vaya, amigo lector, a lugares como el Registro Civil, vaya a intentar matricular su carro, camine las aduanas, entre a pedir una línea de fábrica en el Municipio, recorra el sucio parqueadero del Consejo Provincial de Pichincha. Todos sabemos y vemos de cabo a rabo como son esos mugrientos submundos de barullo y anarquía.
Se cambian los nombres a las entidades, como si en ello radicara la solución a los desafueros e incapacidades. Recordemos la interminable lista de denominaciones de la empresa se telecomunicaciones del Estado para confirmar esta afirmación. ¿Cuánto gastara el país en el cambio de logotipos, papelería, letreros, etc. cuando se producen estos cambalaches de nombres?
Somos una sociedad sin planes, sin proyectos. Damos golpes de ciego y estamos cada vez intentado fundar la República. El que llega al poder se convierte en un bendecido que cree que a partir de su mandato empieza el Ecuador.
No hemos hecho ningún esfuerzo para rehacer la institucionalidad. Cuando se logra, más o menos parar una entidad u oficina pública viene el sabio de turno y pone otra vez todo patas arriba. No hay continuidad, vivimos bajo la misma conducta del cangrejo en la tinaja. El uno jalando al otro.
Nada del Gobierno actual tendrá valor si primero no organizamos al Ecuador. Lo primero que hay que hacer es arreglar la institucionalidad. Que el país ande.
Que podamos llamar a la Policía sin temor que su presencia sea en complicidad de delincuentes. Que podamos confiar en la justicia. Que nuestra identidad sea respetada . Que las medicinas tengan registro correcto.