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Poco a poco se apagan los fuegos artificiales en torno al promovido movimiento regional posneoliberal que, en su momento, incluso fue laboratorio para aupar experiencias políticas en Europa. Más que a un milagro económico, al parecer hemos asistido al conocido movimiento pendular -de la crisis a la bonanza y otra vez a la crisis-, sin beneficio de inventario.
Tras años marcados por los altos precios de las materias primas, los gobiernos que gozaron de gran estabilidad -y que no vieron necesario sentar las bases para un desarrollo sostenido más allá del clientelismo y del estatismo en manos de un líder fuerte- hoy ven cómo sus argumentos sobre el cambio pierden piso frente a la nueva realidad.
En el Ecuador hemos vivido una gran concentración de poder basada en un cambio de modelo institucional, en una fuerte participación del Estado en la economía y en un manejo clientelar del pago de la deuda social. Hoy el esquema presenta fisuras y pone en aprietos a sus mentores y beneficiarios.
En el camino se crearon oportunidades para la gente joven, de perfil técnico, que vio en el aparato estatal una oportunidad casi impensable en el pasado. A la par del desarrollo de la infraestructura se promovió la idea de un Estado capaz de emplear el talento de los mejores, mientras que estudiar en el exterior se volvió una meta alcanzable. Hoy la realidad pone límites a esa promesa.
El Estado inversor significó también muy buenos negocios para empresarios dedicados a actividades que van desde la construcción hasta la publicidad. Una economía con suficiente circulante impulsó el consumo de bienes y servicios y creó empleo y riqueza. Todo ello produjo un recambio en la clase media.
Podemos, de España, prescribe que los líderes han aprendido a estar en las calles, trabajando con la gente. Aquí es difícil pensar que los sectores que marcharon junto al Gobierno estén deseosos de hacerlo: ya no tienen muchas razones para luchar; son la clase media emergente, con suficientes motivos de preocupación por las decisiones frente a la crisis.
De su lado, la vieja clase media, que se sintió representada por el presidente Correa, se decepcionó cuando vio vulnerados sus valores y amenazada su economía. Mucho antes lo hicieron los movimientos sociales y de izquierda, por la promesa incumplida de cambios al estilo fundacional de Montecristi.
No es descabellado suponer que en la agenda futura habrá medidas que no gusten a los sectores medios. El Gobierno, que lamenta ese divorcio, aún tiene un espacio de acción en los sectores populares. Ese sería el escenario que escogerá en las próximas elecciones.
Desde la derecha hasta el centro sobran candidatos y precandidatos; la izquierda tradicional está desarticulada. El único problema de Alianza País es forjar un candidato que no se queme con la crisis.