Tras la resolución presentada por el delegado de Argelia y con la aprobación ampliamente mayoritaria, de 136 votos, a las conclusiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas realizada el 28 de noviembre de 2012, Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, insta a sus países miembros a dar un impulso claro e inequívoco a los preparativos para el 2014 cuando se celebre el XX Aniversario del Año Internacional de la Familia y, sobre todo, a que los gobiernos, en sus políticas nacionales, tengan en cuenta a las familias.
“Se ha exhortado a los países miembros a que creen un entorno propicio para fortalecer y apoyar a todas las familias. Reconoce también la igualdad entre mujeres y hombres y el respeto de todos los derechos humanos, a las libertades fundamentales de todos los miembros de la familia como esenciales para el bienestar familiar y para la sociedad en general, haciendo notar —continúa la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas— la importancia de conciliar el trabajo con la vida familiar y reconociendo el principio de la responsabilidad parental compartida en la educación y el desarrollo de los hijos. La Asamblea reconoció que la familia es la responsable primordial de cuidar y proteger a los niños que deben crecer en el seno de una familia y en un ambiente de felicidad, amor y comprensión”.
Todo esto como respuesta categórica a la actitud de cinismo con que la sociedad actual pretende tratar este asunto, relegándolo, como algo que no amerita atenderse de manera apremiante, que se lo aborda bajo formas equívocas y esquivas, sin aguzar el oído al clamor de la humanidad que exige enderezar rumbos, priorizar lo importante y asegurar un mejor futuro.
Las familias de nuestro tiempo sufren un ataque inmisericorde, que ha hecho mella, con acciones que dicen perseguir el bienestar de las personas, amparándose en una falsa percepción de libertad, que se escudan entre sombras y oscuridad, que empujan a los fracasos matrimoniales y provocan hogares huérfanos con padres vivos; donde, a más de los cónyuges, quienes más sufren son los hijos, en medio de angustia, incomprensión y desesperanza.
Hay responsabilidades y obligaciones que no se deben eludir, a través de implementar políticas públicas para preservar a la familia y, también como desafío inaplazable, al deber de las empresas y más instituciones privadas de no someter a los seres humanos como simples recursos de producción que se reemplazan o renuevan con pasmosa facilidad sino atienden, con horarios inacabables, sus deberes laborales.
Reiteradamente parafraseamos a Juan Pablo II, hoy, de su exhortación apostólica Familiaris Consortio: “Toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad: familia, ¡«sé» lo que «eres»!”