Quito, hermosa y acogedora ciudad, que celebró el 6 de este mes el CDLXXIX aniversario de su fundación española (para algunos historiadores el aniversario de su “instalación”), ha sido escenario de diversas anécdotas y leyendas, fruto del espíritu inquieto y de la inventiva de sus habitantes, algunas de ellas inverosímiles, como las de Cantuña, del Padre Almeida, del gallo de la Catedral, de la Casa del Toro y tantas otras, hasta el robo de los badajos de las principales iglesias un Viernes Santo, pero se dan por ciertas, han sido trasmitidas de generación a generación y forman parte de las tradiciones y fábulas de la capital de los ecuatorianos.
La sal quiteña ha sido patrimonio y uno de los condimentos característicos de la “Ventana del cielo”, aunque algunos de los protagonistas o creadores de tantas y tantas ocurrencias han sido “chagras” afincados en Quito, que, por supuesto, se han contagiado de su gracia y simpatía. Lamentablemente ese espíritu bohemio y alegre” decrece paulatinamente por efecto del incontenible crecimiento de la urbe y de sus complicaciones cotidianas. Inclusive, del chulla quiteño, añorada personificación del quiteño plantillón de antaño, tan bien interpretado por Evaristo Corral y Ch., sólo quedan vestigios .
Se recuerda que un personaje circunspecto como el doctor José María Velasco Ibarra, invitó una noche a un grupo de periodistas -cuando no eran acosados ni denostados de mediocres ni corruptos- para que cuenten “cachos” en la residencia presidencial y, en alarde de tolerancia, pidió que den preferencia a aquellos en los que lo involucraban o eran dedicados a él, ya que siempre los jefes de Estado han sido criticados o ridiculizados con ironía. Dicen que el Mandatario se divirtió mucho, aunque probablemente no le gustaron algunos de los chistes que escuchó .
Uno de los participantes en esa amena reunión había sido el humorista Jaime Vega Salas, quien publicó en 1987 el libro “Reminiscencias (Quito del Recuerdo)”, en cuya presentación dice el doctor Fabián Alarcón Rivera, entonces prefecto de Pichincha y más tarde presidente de la República: “En la literatura ecuatoriana poco se ha revelado aquel género, de origen oral, que registra, sin alardes esteticistas, la vida popular, a través de la anécdota y la semblanza, convertidos en la crónica periodística moderna… Los jóvenes quiteños de hoy podrán conocer algo del ámbito vital de sus padres y abuelos, que fueron tan alegres en su pacífica bohemia como hoy aquellos en su dinámica diversión contemporánea, cuya estridencia ojalá no destruya las antiguas cepas de la bohemia y caballeresca de sus antepasados, y éstos, si aún existen, recordarán aquel tiempo que vuelve también con las “sienes plateadas”, y el breve destello de sus ojos húmedos… “