Durante los próximos dos o tres años, la clase media en el mundo puede crecer en 3 000 millones de personas, la población total superará los 7 700 millones de habitantes y hasta el 2020, en Ecuador tendrá más de 17 millones de habitantes. Ese panorama global y local abre muchas posibilidades para atender la demanda de alimentos y es allí donde debería apuntarse la estrategia de producción agroalimentaria de los países con vocación en este segmento económico.
A pesar de que este contexto no es nuevo, en el reciente encuentro del Consejo Andino de Ministros de Agricultura -que se reactivó luego de cinco años-, los responsables de estas carteras acordaron impulsar estrategias para atender la demanda mundial de alimentos, con la lupa puesta en la agricultura familiar campesina. Este tipo de declaraciones siempre son válidas a la hora de concluir los encuentros internacionales, pero que en el camino pierden fuerza. Por ahora falta conocer con más detalle el cómo se va a aplicar la estrategia y desde cuándo.
Si bien hay grandes oportunidades para los países y sus industrias de alimentos, en Ecuador aún hay que resolver problemas estructurales que en el Gobierno anterior prácticamente pasaron desapercibidos. El agro fue uno de los sectores más olvidados en la década pasada, a pesar de los millonarios recursos que ingresaron al Fisco.
La falta de planificación, la baja productividad, elevados costos de producción, escasa innovación, falta de acuerdos comerciales y apertura de nuevos mercados, infraestructura subutilizada, son algunos de los inconvenientes que aún no permiten impulsar al agro.
Tampoco se notan grandes apuestas con el plan económico actual, para favorecer a la agroindustria. Como parte de las generalidades se mencionan iniciativas para el fomento de las exportaciones, el apoyo al sector productivo o fortalecer la asociatividad en la economía popular y solidaria. Mientras no se trabaje en el agro como una política de Estado, las oportunidades pasarán desapercibidas.