En su visita a Quito, para la Cumbre de la Celac, el presidente de Bolivia, Evo Morales, dio una lección de austeridad y pragmatismo a su par ecuatoriano Rafael Correa.
“Hermano Correa, me quejo: yo quería apurarme pero había unas 30 motocicletas adelante mío, unos cuatro o cinco carros delante mío. En Cochabamba yo ando solito, a veces yo solito manejando, a veces con chofer (…). No sé cuántos litros de gasolina hemos gastado en esta llegada”.
Las palabras del Mandatario boliviano llamaron la atención de las comitivas presidenciales porque en forma coloquial mostraron lo que se ha vuelto una práctica durante los nueve años del Gobierno de la revolución ciudadana: Vivir una burbuja de bonanza y gastar a manos llenas. El oficialismo insiste en que los recursos se invirtieron en obras para el desarrollo.
La conducta de Evo no fue casual. Evidenció su manera de ver el mundo, de gobernar. En sus primeros seis años de gestión en Bolivia, el PIB se duplicó. Actualmente, supera los USD 30 000 millones.
Evo no tiene ningún doctorado ni PhD. Sin embargo, aplica el sentido común como el mejor estratega. Tal es su prudencia que en diciembre pasado el Banco Mundial indicó que Bolivia tiene los mejores indicadores económicos de la región y que podría atravesar la crisis económica por la caída de los precios de las materias primas sin problemas.
Un paraguas de más de USD 13 000 millones le permitirá enfrentar esta tormenta, mientras la mayoría de países dependientes de los ‘commodities’ tendrá el agua hasta el cuello.
Ecuador está en este grupo. Su único salvavidas es el endeudamiento externo, con altos intereses, que heredarán los próximos administradores del Estado y, por supuesto, el país.
El ciudadano de a pie percibe ya la necesidad de un giro en el manejo económico. Según la última encuesta de Cedatos, el 72% de los entrevistados cree que la economía ecuatoriana navega en la dirección incorrecta. Es hora de que se imponga la prudencia.