El feriado es buen pretexto para tomarse un respiro y no hablar sobre política. Por ejemplo, sobre lo que es posible leer tras las reiteradas amenazas de renuncia del presidente Correa; sobre el peligroso escalamiento de la pugna entre el Gobierno y los militares; sobre la deplorable actuación de la guardia del presidente Erdogan pese al reiterado discurso de ‘soberanía’.
Nada de eso. Hoy quiero hablar de perros. Más exactamente, de perros y de seres humanos, porque esa relación es muy decidora de las calidades de unos y otros y, sobre todo, del modo en que los humanos enfrentamos la vida. Y no es que la calidad perruna esté en duda: la inmensa mayoría, especialmente la callejera, tiene los mejores atributos.
Aunque no es asunto nuevo, el amor humano por las mascotas está en auge, incluso por sobre el resto de seres humanos. Y no tanto por aquello de que ‘cuantos más hombres conozco, más quiero a mi perro’. Quizás los poderosos aprecian en sus perros la obediencia y los desposeídos, su compañía; la mayoría amamos su fidelidad e incondicionalidad a cambio de casi nada.
En Brasil, el número de mascotas supera el de niños; en Inglaterra, los derechos de los infantes se proclamaron décadas después de creada la Sociedad Protectora de Animales.
No cabe duda, todos o casi todos adoramos a los perros. A este propósito, es imposible pasar por alto el título de la celebrada novela del escritor cubano Leonardo Padura, ‘El hombre que amaba a los perros’. El ser que amaba a sus dos galgos en su exilio cubano, sin embargo, llevaba sobre sus espaldas toda la trama del asesinato de León Trotsky, caído en desgracia ante el dictador José Stalin. Fue capaz de urdir todo tipo de atentados contra seres humanos pero mantenía la capacidad de amar a sus dos fieles galgos.
También es llamativo que el personaje oscuro alrededor del cual el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez teje su exquisita novela ‘El ruido de las cosas al caer’ haya sido amante de los animales. Ricardo Laverde tiene un pasado casi insondable, que incluye el tráfico de drogas y que lo lleva, primero, a la cárcel y después, a una muerte violenta.
Desde luego, el tema central de esta novela no es el amor por los animales; el personaje es un pretexto para ahondar en una temática curiosamente poco explorada en la literatura colombiana: las vivencias de una generación que tuvo que crecer en el miedo generado por el narcotráfico y la guerrilla.
El Ramón Mercader de Padura y el Ricardo Laverde de Vásquez aman a los animales, pero talvez aman solo a los animales. El título para la novela del cubano pudiera ser: ‘El hombre que (solo) amaba a los perros’.Quizás hay que ir más allá de esta ‘perromanía’ y no tomarla como pretexto para olvidarnos de los otros. No necesariamente amarlos, pero al menos reconocernos en ellos y respetarlos.