El gobierno del presidente Barack Obama ha dado en estos días dos pasos fundamentales en materia de política exterior: el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba y la firma de un histórico acuerdo nuclear con Irán.
Pese a las profundas diferencias, en ambos casos han prevalecido la diplomacia y el multilateralismo como la llave para superar serios y complejos conflictos enquistados desde la Guerra Fría.
En el caso de Cuba, la reapertura de embajadas en Washington y La Habana significa no solo el restablecimiento de relaciones, rotas hace 54 años, sino a la firme voluntad de avanzar en temas que preocupan a ambos países. Por un lado, la expectativa de Cuba se centra en la eliminación definitiva del embargo impuesto por los Estados Unidos en 1961 y, ante el fracaso del modelo implementado en la isla, la normalización de relaciones apunte a mejorar su situación económica, muy venida a menos luego de la crisis que está afectando a su principal benefactor: Venezuela. Por otro, Washington espera que el mejoramiento de relaciones produzca a la final cambios significativos para Cuba en términos de derechos humanos y democracia. Esto, además, cambiará de manera significativa la posición estratégica de Estados Unidos en América Latina.
Aunque las declaraciones de John Kerry y Bruno Rodríguez, jefes de la diplomacia del lado norteamericano y cubano respectivamente, han estado cargadas de positivismo no han dejado de mostrar las diferencias que todavía existen. Lo verdaderamente difícil comienza hoy.
En el caso de Irán, la situación es aún más compleja. Pese a ello, Estados Unidos y las cinco potencias mundiales han tenido el acierto de impulsar este acuerdo que no solo implica limitar capacidades de Irán para tener una bomba atómica sino que, visto desde una perspectiva optimista, tenderá a mejorar la situación de por sí conflictiva y complicada de Oriente Medio, sacudida en los últimos años por la explosión del extremismo religioso y, sobre todo, del Estado Islámico.
Al igual que con Cuba, lo difícil comienza ahora. Estados Unidos e Irán no tienen relaciones diplomáticas, las cuales fueron rotas tras el asalto de la Embajada estadounidense en Teherán en 1980. Desde esa fecha Irán está en la lista de países que apoyan al terrorismo. Además, ambos países poseen intereses distintos. Washington tiene como aliados incondicionales a Israel y Arabia Saudita, enemigos irreconciliables de la República Islámica. No obstante, la irrupción del Estado Islámico en Iraq y Siria, ha hecho que Occidente y, particularmente, Estados Unidos vean en Irán a un aliado.
Los tiempos cambian y la dirección de los procesos históricos también. Si hasta hace un tiempo atrás establecer relaciones con Cuba hubiese sido algo inconcebible, mejorar las relaciones con Irán no es un despropósito. En ese sentido, este acercamiento debería ser aprovechado para generar nuevos equilibrios y asegurar la paz en Oriente Medio.