La democracia se ha transformado en un lugar común. Es un tópico vaciado de contenido, es la pieza de un discurso, la literatura de un boletín. Más aún, al amparo de la idea de que “todo” debe ser democrático, se ha generalizado la teoría de que la democracia debe ser un argumento transversal a todas las actividades del ser humano, desde la familia hasta la medicina, desde la universidad hasta la cultura. ¿Es esto verdad?
I.- ¿Qué es la democracia?
La democracia es una forma de Estado, contraria a la autocracia, cuyas notas relevantes son: (i) La tesis de que el poder radica en la población, no en los gobernantes ni en los legisladores. (ii) Estos son simples mandatarios, elegidos para ejercer las potestades públicas, y la elección se hace en función del derecho de participación popular. (iii) Todos los que ejercen el poder y los que obedecen están sometidos a la Ley, sin exclusión ni privilegio. (iv) El sistema se fundamenta en los principios de alternabilidad, responsabilidad pública y rendición de cuentas. (v) La estructura estatal y la práctica política giran en torno a la división efectiva de funciones, la independencia judicial y el sistema de chequeos y controles mutuos.
II.- ¿Forma de elección o forma de Estado?
Entre los conceptos doctrinarios y las vivencias políticas hay diferencias sustanciales. Una de ellas tiene que ver con la pregunta, y con el tema, de si la democracia en lo político será, efectivamente, una forma de Estado, o si se ha reducido a una simple forma de elección. Esta duda surge porque, después del rito de las elecciones, parecería que los gobernantes y legisladores dejan de ser mandatarios, es decir, encargados transitorios de cumplir un encargo, y se transforman en “propietarios” del poder con amplias facultades de libre disposición, seres que encarnan en sus personas al absoluto, que están habilitados para cambiar las reglas de juego, prescindir de la Ley, obviar el principio de alternabilidad y el de rendición de cuentas. Parecería, en fin, que el acto electoral, no solo asigna poder, sino que libera al electo de los límites del Derecho, y le atribuye facultades omnímodas para aplicar una ideología por la cual nunca vota la gente. Esta última es la teoría del uso de las formas democráticas para hacer la revolución o instaurar una autocracia.
III.- La disolución de los derechos de los disidentes o el absolutismo de la mayoría.-
Uno de los problemas de la democracia plebiscitaria es que ha generado en las asambleas y en casi todos los foros, un proceso de eliminación de los derechos de las minorías y el paralelo endiosamiento de las mayorías. Se registra una especie de minusvalía de quienes no alcanzan la mitad más uno de los votos, y la degradación, y casi desaparición de las opciones que razonablemente corresponden a quienes no cuentan con la ventaja electoral, pero que, aún sin ello, no han perdido su condición de ciudadanos, o de grupos con derecho a opinar. A este proceso contribuye en forma determinante el uso de la propaganda desde el poder, al punto de haberse logrado el reemplazo de la elección reflexiva, que debería caracterizar a la república democrática, con un desaforado uso de la emotividad de las masas en las cuales el populismo ancla su capacidad de gestión.
Por otra parte, y paradójicamente, el dogma de la mitad más uno se ha extendido desde la política a los más diversos aspectos de la vida humana, al punto que se cree que será“mejor” la literatura que suscite más adherentes, el académico que con más alumnos de respaldo cuente, el “intelectual” que, por sobre su mediocridad o excelencia, triunfe gracias a la gestión electoral en el gremio, en fin, será“mejor” el que con más habilidad sepa conducir la estrategia electoral, y no quien más méritos o virtudes tenga. Esta perversión de la democracia se llama “democratismo” y es tan o más peligrosa que el autoritarismo. Y esto ocurre porque se ha trasladado el electoralismo de la política, que es su espacio natural, a la cultura, al arte, a la educación y a la familia. Esto proviene de haber confundido la deformación de lo que es una forma de Estado, con una dimensión integral de la cultura y de la vida.
IV.- La ley y la voluntad poder.- En otro orden de cosas, el “democratismo” ha deteriorado el concepto de legalidad y ha sobrepuesto la pura y triunfante voluntad de poder, ya sea de las mayorías legislativas, ya de los gobiernos. La ley, sin la cual no puede operar una república, empieza a mirarse con un estorbo a la capacidad de acción de los caudillos investidos de lo que llaman “poder popular”. Opera aquí el grave malentendido de que el pueblo –si existiese como entidad política concreta y orgánica y no como masa- no tiene límites, ni sus líderes tampoco. Nace así el concepto de “democracia autoritaria”, basada únicamente en el ejercicio de la voluntad de poder. Esta tendencia no solo que acomoda la precaria legalidad a las consignas o ideología del grupo dominante, no solo que rebasa de hecho el ordenamiento jurídico, sino que al ritmo del triunfalismo electoral, se siente con pleno derecho a cambiar radicalmente y a adecuar en su beneficio la legalidad. A crear una nueva legalidad que genera el triunfalismo de las legislaturas ajustadas al ritmo del electoral. El tema de fondo está en que, cualesquiera que sea la forma que adopte, la voluntad de poder ilimitado es la sustancia del autoritarismo y, por cierto, de los absolutismos de todas las tendencias.
V.- ¿Tiene límites la democracia?.- Bajo estas consideraciones caminan siempre estas dudas: ¿Hay límites al poder popular? ¿Las mayorías tiene carta blanca para rebasar la legalidad y acomodarla a sus intereses? ¿La democracia puede servir de instrumento para crear estructuras autoritarias, puede la república abdicar de las reglas y someterse únicamente a los actos de poder? ¿Debe la democracia ser una forma Estado solamente?
VI.- ¿Es la democracia un dogma?.- A estas preguntas se agrega el temor, o al menos la duda, de que la democracia deba pensarse, debatirse y criticarse. Es que hay quienes creen que ser demócrata es fiarse, con la fe del carbonero, de aquello que nos dijeron que es la democracia, cuando en la vida diaria, que el más severo juez de las doctrinas, la tesis del “electoralismo” haya sido superada por los hechos, por los vicios y por las deformaciones que hay que establecer, extirpar y advertir.