Cuando el poder actúa sin contrapeso alguno y simplemente tiene como referencia la imagen parcial y distorsionada que le entregan sus aduladores, entonces empieza a actuar con desatino.
El caso Bonil deja al Gobierno mal colocado en la escena internacional. Nada más efectivo que la acción gubernamental para catapultar al caricaturista y darle difusión masiva al dibujo- con lo que la agitación social de la que se le acusó debió ir in crescendo -que de otro modo hubiera llegado solo al minúsculo público informado que lee las páginas de opinión de un periódico. Con su acción, hoy en día periódicos del mundo entero conocen a Bonil, el célebre caricaturista ecuatoriano sancionado y se han dedicado a analizar y condenar el caso. Con ello, la imagen del Presidente ha adquirido rasgos caricaturescos. A nadie honesto intelectualmente que viva bajo un Régimen democrático se le podría ocurrir que existen razones de peso para esta persecución y sanción.
Lo decía Antonio Caballero para la Revista Semana con meridiana claridad: “Quien en este caso actúa como calumniador no es el dibujante, sino el Presidente. Y quien en consecuencia debiera presentar una rectificación no es Bonil, sino Correa”.
Por la ofuscación que viene con el poder desmedido, el discurso oficialista ha perdido piso ante la comunidad internacional que ya observa con suspicacia y preocupación lo endeble que se encuentra la libertad de expresión que la revolución alega que goza de plena salud. Le Monde Diplomatique, Diario O Globo, The Economist, El País, El Comercio de Perú, entre otros, volvieron a prender sus alertas.
El discurso ha hecho agua. La supuesta democratización de la comunicación que teóricamente vendría a partir de la expedición de la Ley de Comunicación resultó ser pura parafernalia retórica para encubrir bajo la etiqueta de lo “ciudadano”, otra instancia de defensa de este Gobierno. Blindar al poder aún más y dejar al ciudadano en absoluta indefensión ante un Estado que cuenta con un exceso de tentáculos para luchar en contra del enemigo del día. En este caso, “mentiras” que no son más que críticas que alteran su discurso hegemónico.
Lo grave es que a pesar de que los errores gubernamentales le traigan consigo un deterioro de su imagen externa, internamente se imparte temor y se consolida un Régimen de miedo. Una situación en la que la autocensura se impone al tiempo que se torna imperativo persistir ante las arbitrariedades y usar los espacios de opinión con responsabilidad bajo la convicción de que el silencio es una traición ante uno mismo, los lectores y el medio de comunicación. El desafío consiste en no callar frente a las arbitrariedades que nos podrían llevar al agujero negro de la complicidad.