Para el presidente de Brasil pedir elecciones democráticas, prestar libros prohibidos y escribir en los periódicos extranjeros -los supuestos ‘delitos’ cometidos por los 75 disidentes durante la primavera negra de 2003, condenados a penas de hasta 28 años- equivale a matar, robar o secuestrar.
Dentro de su curioso código moral es perfectamente comprensible encarcelar al doctor Óscar Elías Biscet, médico negro sentenciado a 25 años por defender los Derechos Humanos y oponerse al aborto; la muerte del preso político Zapata Tamayo o la posible muerte de Guillermo Fariñas, psicólogo y periodista disidente, en huelga de hambre para reclamar que liberen a 26 presos políticos severamente enfermos.
Hace poco, un ex embajador norteamericano, que prefiere el anonimato, me dijo: “todos nos equivocamos con Lula; es un contumaz enemigo de Occidente y muy especialmente de EE.UU., aunque trata de disimularlo”. Y con cierta indignación, criticó la complicidad de Brasil con Irán en el tema de las sanciones por el desarrollo de armas nucleares, el permanente respaldo a Chávez y la irresponsabilidad con que manejó la crisis de Honduras al propiciar el asilo de Manuel Zelaya en su embajada de Tegucigalpa, violando las reglas de la diplomacia internacional.
El comportamiento de Lula no es sorprendente. En 1990, derribado el Muro de Berlín, creó el Foro de Sao Paulo junto a Fidel Castro para coordinar, entre todas las fuerzas violentas y antidemocráticas de América Latina, una suerte de cooperación internacional que sustituyera el desvanecido liderazgo soviético. Estaban las guerrillas narcoterroristas de las FARC y del ELN de Colombia, una docena de partidos comunistas, el FSLN de Nicaragua, el FMLN de El Salvador y la URGN de Guatemala.
Lula, dentro de Brasil se comporta como un demócrata moderno y no se ha movido sustancialmente de las directrices económicas del anterior presidente, Fernando Henrique Cardoso, pero en el terreno internacional aflora su verdadero talante: el revolucionario de los años 60.
¿De dónde surgen esa militancia radical y ese perverso juicio moral? La hipótesis de un presidente latinoamericano que lo conoce bastante, apunta a su ignorancia: “este hombre es de una penosa fragilidad intelectual. Sigue siendo un sindicalista atrapado en la superstición de la lucha de clases. No entiende ningún asunto complejo, carece de capacidad para fijar la atención, tiene unas terribles lagunas culturales y por eso acepta el análisis de los marxistas radicales que en su juventud le explicaron la realidad como un combate entre buenos y malos”. “Pareció que con su simpatía convertiría a Brasil en la gran potencia política latinoamericana. Falso. Ha destrozado esa posibilidad al alinearse con los Castro, Chávez y Ahmadinejad. Ya ningún país serio confía en Brasil”. Muy lamentable.