Fotografía de la celda de Nelson Mandela en la prisión de Robbin Island que aparece en el libro ‘Cartas desde la prisión’. Foto: EFE
En una zona poco visitada por los turistas en el caótico centro de Johannesburgo se esconden las huellas del abogado Nelson Mandela, una versión menos famosa del icónico líder sudafricano que este año hubiera cumplido 100 años y que ya de joven combatía la opresión racista hacia los suyos usando el derecho.
Corría el año 1952 cuando el futuro nobel de la Paz abrió junto a su colega Oliver Tambo el primer bufete de abogados negros de Johannesburgo, justo al lado de la sede de los tribunales.
Se instalaron en un edificio llamado Chancellor House y se hicieron llamar ‘Mandela y Tambo’, una oficina siempre inundada de desesperados clientes negros en busca de asistencia legal en un país en el que era delito incluso beber de una fuente “solo para blancos”.
“Antes de llegar cada mañana a nuestro despacho teníamos que abrirnos paso a través de una multitud que abarrotaba el vestíbulo, los pasillos, las escaleras y nuestra pequeña sala de espera”, rememoraba sobre aquella etapa el primer presidente negro de Sudáfrica en su autobiografía, ‘El largo camino a la libertad’.
Gente desalojada de sus hogares porque el Gobierno había convertido su barrio en un distrito solo para blancos, multas impagables para los pobres y agricultores desposeídos de sus tierras eran algunos de los casos más habituales para estos dos compañeros de universidad que acabarían convertidos en referentes de la lucha contra el sistema segregacionista del “apartheid”.
Por su raza no tenían realmente los permisos para ocupar la oficina, ubicada en pleno corazón de Johannesburgo, en una zona donde hoy predominan los puestos callejeros, las tiendas de segunda mano y los edificios ocupados por gente sin hogar, donde a los pocos turistas que pasan por allí les da miedo sacar la cámara de fotos.
Incluso Chancellor House, completamente abandonada durante años y lejos de la atracción turística que genera la vieja casa de “Madiba” (nombre popular de Mandela) en el antiguo gueto negro de Soweto, llegó a quemarse y hubo que restaurar la estructura.
Sin embargo, los vecinos más antiguos de la zona todavía recuerdan a Mandela en traje de abogado más que en el uniforme de preso -aunque lo vistió durante 27 años- e incluso atesoran recuerdos de aquella época.
A unos cien metros de Chancellor House, Hassen Bulbulia conserva con orgullo la vieja silla alta, entre las perchas con ropa escolar usada y los viejos uniformes deportivos que se venden en el establecimiento.
En esa silla se solía sentar el abogado Mandela cuando iba a visitar a su padre, por aquel entonces propietario de la tienda, para charlar sobre boxeo -otra de sus grandes pasiones- o fútbol.
“Venía a la hora de la comida todos los días, mi padre y él eran amigos”, dijo a Bulbulia, al igual que hace con los desconocidos que por alguna casualidad entran en su tienda.
Fotografía de un joven Nelson Mandela junto a su mujer, Winnie Mandela. Foto: EFE
Cuenta también que Mandela visitó a su padre tras salir de la cárcel (1990), antes de convertirse en el primer presidente de la Sudáfrica democrática (1994-1999).
En los últimos años, el Municipio de Johannesburgo busca dar un nuevo impulso al valor histórico de la zona y, desde 2013, una estatua de Mandela boxeando -firmada por el artista sudafricano Marco Cianfanelli- custodia la entrada de Chancellor House, justo en la acera que separa la antigua oficina de la sede de los tribunales.
“Es Mohamed Ali?”, preguntan muchas veces los europeos despistados a los guías de los paseos a pie organizados por la zona, única forma en la que la mayoría de los extranjeros se acerca por allí.
“La zona tiene la fama de que no hay cosas que ver, que solo hay cosas que temer”, explicó a Nicolette Pingo, de la Agencia de Desarrollo de Johannesburgo.
Chancellor House no se puede visitar por dentro, pero las vidrieras hacia la calle tienen carteles que hacen un resumen de la historia de Mandela y sus compañeros de lucha y sirve de sustituto para los que no pueden pagar los 95 rands (7 dólares) que cuesta entrar en el prestigioso Museo del Apartheid.
Aunque el plan avanza con lentitud, el Municipio quiere poner en uso el espacio cediéndolo a ONGs u organizaciones legales que, de alguna manera, revivan el espíritu de “Mandela y Tambo”.
“Queremos asegurar -agregó Pingo- que el uso coincide con el ethos (con la esencia) del lugar, pero también que sea una especie de celebración, que se use para charlas, debates, muestras…”.