Celebraciones del 65 aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio último. El Gobierno celebra el Día Nacional en el aniversario de la acción militar. Foto: AFP
Siempre sorprenderá que un régimen que ha mantenido como lema histórico aquello del “socialismo o muerte” y que se inspira en el pensamiento comunista renuente al emprendimiento privado de Ernesto ‘Che’ Guevara, apruebe, para discusión popular y referéndum ciudadano, un proyecto de reforma constitucional.
Entre otros aspectos, el proyecto reconoce: “el papel del mercado, la generación de riqueza a través de una actividad privada reglamentada, la inversión extranjera y nuevas formas de propiedad no estatal incluida la privada”.
Obviamente, las transformaciones que emprendiera antes y este giro constitucional, Cuba, como en su momento la Unión Soviética con la Perestroika, China con la Reforma Económica y Vietnam con el “Doi Moi”, se ha visto obligada a hacerlos sin convicción ideológica y obligada por una circunstancia semejante: la grave ineficiencia de su economía sometida al Estado, agravada en su caso por el embargo de los Estados Unidos.
Desplome de Venezuela acelera el cambio
Cuba había venido compensando las insuficiencias de su economía, con el apoyo, primero, de la Unión Soviética, y luego con los subsidios de la Venezuela chavista, esta última que, con el suministro de 100 000 barriles diarios de petróleo a precios preferenciales, la compra de servicios de salud sobrevaluados hasta en 27 veces y una inversión anual de 1 500 millones de dólares, había ayudado a mantener a flote la economía cubana entre 2002 y 2015.
Sin embargo, el desplome progresivo de Venezuela ha llevado a Cuba, según la estimación del cubanólogo Carmelo Mesa-Lago, “a la peor crisis después de la debacle tras el derrumbe de la Unión Soviética”, volviendo urgente un giro en el sistema económico.
Raúl Castro, menos inflexible que Fidel, consciente de las limitaciones del modelo estatista y sobre todo de la dependencia del país, de todas maneras había venido ampliando, desde 2008, las tímidas reformas que el reticente Fidel implementara en los años aciagos tras el desplome de la URSS.
Así, ensanchó las categorías de negocios a cuenta propia y liberalizó la concesión de licencias por parte del Estado, llegando, en 2018, el número de cuentapropistas a 579 415, el 12% de la fuerza laboral del país; mientras que, consciente de que el campo cubano solo produce el 60% de los alimentos que el país consume, amplió la entrega de tierras en usufructo a los campesinos particulares y corrigió, aunque insuficientemente, la asfixiante incidencia del Estado en las cooperativas agrícolas.
Un reconocimiento a lo que ya existe
En esta coyuntura y mientras empeora la situación venezolana, Cuba se abre paso a dar un marco constitucional a sus transformaciones económicas. Sin embargo, paradojalmente, pero propia del carácter ortodoxo del castrismo, la reforma constitucional en ciernes no amplía ventajas al sector privado sino que se limita a dar un régimen jurídico a lo ya alcanzado, manteniendo, además, el rígido control sobre la actividad privada y la supremacía de la economía estatal; con lo que vuelve inevitable el prolongamiento del estancamiento del país, salvo que, hacia el futuro, mentes pragmáticas dentro del Gobierno cubano.
Al haber la reforma institucionalizado la propiedad y el emprendimiento privados, aprovechen el hecho como una base confiable para que el régimen pueda empujar, si lo decide, futuros desarrollos en la meta de crear un modelo de socialismo de partido único abierto al mercado.
La tarea de diseñar un modelo económico para el futuro será el empeño fundamental al que tendrá que abocarse el nuevo presidente Miguel Díaz-Canel. De hecho a este, como anota el analista Armando López Levy: “se le va a medir por cuán capaz es para poner a Cuba en un camino económico viable”. Sin embargo, es difícil que lo logre, si insiste en permanecer apegado a la escolástica económica del castrismo y no auspicia una apertura más decisiva.
La continuidad de la dictadura comunista
El grupo de trabajo que, bajo la dirección de Raúl Castro, preparó el proyecto de reforma constitucional, se previno muy bien de que su proyecto de 224 artículos no implique ni un retorno al capitalismo y menos un debilitamiento de la férrea dictadura totalitaria del Partido. Como lo estima el politólogo Armando Chaguaceda: “El régimen político no tiene visos de cambio y no se toca el corazón del sistema monopartidista”.
Lo que sí se hace es superar el caudillismo de tinte fidelista, por un gobierno colegiado; ahora el presidente será el jefe de Estado y el primer ministro dirigirá el Consejo de Ministros. “Se fragmenta la autoridad -anota Carlos Alberto Montaner- cuando se ha agotado el modelo de poder unitario en torno a figuras históricas”.
No hay concesiones ni ideológicas ni conceptuales, máxime que se deja inamovible el nuclear artículo quinto en el que sea asegura: “El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo”. Así, el retiro de la finalidad última del “comunismo”, que se propone, responde más bien a una puesta de pies en tierra, en tanto y en cuanto en ningún país se ha alcanzado una sociedad comunista en los términos aspirados por Marx.
Sepultando la homofobia apoyada por el castrismo
La sociedad cubana es gravemente machista y homofóbica y en las primeras décadas de la Revolución, la ortodoxia comunista consideró que la homosexualidad no era compatible con la moral revolucionaria. Fidel se burló de viva voz de los homosexuales y su régimen -incluido Raúl, como jefe del Ejército- organizó campos de trabajos forzados para confinarlos junto a los delincuentes, haciendo sufrir a más de 800 homosexuales graves vejaciones y torturas.
Tan terrible fue el hecho que cuando la prensa preguntó a Fidel Castro sobre el drama, este no lo negó, aunque aseguró no haberlo conocido a tiempo. Ahora, como un giro decisivo, la reforma, que incluye una nueva definición del matrimonio entre dos personas, sin establecer si es entre un hombre y una mujer, trata de alguna manera de lavar la culpa de los Castro en el crimen cometido contra un sector de su sociedad. Como toda reforma, es preferible tarde que nunca.
*Diplomático y escritor. Fue Cónsul del Ecuador en La Habana, es autor de ‘Comunismo. Historia de un sistema político’.