Los ríos, como El Baboso, en Carchi, están entre los recursos más preciados. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO
Alberto Cristóbal Taicuz se adentra en el bosque para buscar el sustento para su familia, como lo hacían sus antepasados del pueblo Awá.
Con sigilo, el indígena de 42 años camina sobre el piso cubierto por hojarasca. Espera cazar un venado, guatusa o guanta, usando trampas, para asegurar el alimento de su esposa y de sus tres hijos.
Avanza, atento al ruido y al movimiento que puedan realizar los animales del monte, que viven entre los robustos árboles de yalte, chanul, chanilillo, copal, sande, entre otras variedades del bosque tropical.
Taicuz vive en El Baboso, provincia del Carchi. Este es uno de los 22 centros poblados dispersos en las 120 000 hectáreas del territorio comunitario awá, que se extiende hasta Esmeraldas e Imbabura.
En los últimos años, sin embargo, varias familias de esta etnia se han establecido en Sucumbíos, en cuatro centros más. Así explica José Nastacuaz, coordinador de Salud de la Federación de Centros Awá del Ecuador (FCAE).
Comenta que se trata de una nacionalidad que está asentada en el norte de Ecuador y el sur de Colombia. En nuestro país suman 6 500 personas y en la nación vecina, 25 000, según el dirigente.
La posesión y legalización de los territorios ancestrales es uno de los logros más importantes del pueblo Awá. Se tata de una lucha que se extendió entre las décadas de los 80 y 90, recuerda Alicia Ortiz, directora ejecutiva de la fundación Altropico, institución que está entre los aliados de esta etnia, y que ha permitido fortalecer la organización indígena, conservar el territorio ancestral y afianzar los lazos de la gran familia Awá colombo-ecuatoriana.
Alberto Cristóbal Taicuz recuerda que, cuando era niño y salía de cacería con su abuelo, había muchos animales en el bosque. Pero ahora han disminuido significativamente. Es por ello que las tareas tradicionales de caza y pesca -especialmente de la lisa, sabaleta y guaña que crecen en los ríos- ahora son reemplazadas por la agricultura. En las fincas del territorio comunitario se cultiva plátano, caña de azúcar, naranjilla, maíz, entre otros.
También se crían gallinas, chanchos y peces (de la variedad tilapia) para el autoconsumo y la comercialización. Para Ortiz, los awá son los guardianes de la selva del noroccidente del país. Considera que si ellos no estuvieran asentados en esa zona, ya se habría arrasado con los bosques primarios, como ha sucedido en Esmeraldas, principalmente.
Explica que la también llamada Reserva Forestal Awá cumple dos funciones básicas. La primera es una social, que garantiza un espacio para que esta nacionalidad pueda vivir de acuerdo con sus principios y su cosmovisión.
La segunda está vinculada a la conservación de la vida silvestre. El territorio awá es parte de la ecorregión del Chocó, que se extiende por el litoral desde Perú hasta Panamá. Se trata de un territorio que posee un alto índice de biodiversidad en el planeta, con 9 000 especies de plantas, 200 de mamíferos, 600 de aves, 100 de reptiles y 120 de anfibios, según organizaciones conservacionistas.
En el bosque awá viven especies amenazadas con desaparecer, como el jaguar y el mono aullador, explica Ortiz. Comenta que los pocos estudios que se han hecho en la zona han dado sorpresas. Se identificaron nuevas variedades de sapos, culebras, orquídeas…
Pero proteger el territorio comunitario no ha sido una tarea fácil. José Nastacuaz recuerda que siempre han tenido amenazas de personas dedicadas a la extracción de madera y oro, por el lado de Esmeraldas, y de invasiones de mineros y campesinos que buscan tierras, en el flanco del Carchi.
Para mejorar el control, los líderes de los 22 centros awá tiene a su cargo el control de los territorios. Cada tres meses recorren por los límites. La última semana, precisamente, el presidente de la FECA, Florencio Cantincuz, y el dirigente de Territorios, Sademelio Nastacuaz, recorrieron el centro poblado Tarabita, en Carchi, en donde hay denuncias de una presunta incursión de grupos mineros.