Luego de una campaña de segunda vuelta presidencial única, Colombia eligió con una contundente votación a Iván Duque como presidente con 2 millones de votos sobre su contendor. Fue una campaña atípica, marcada por los acuerdos de paz entre el Gobierno de Santos y las FARC, debatidos y cuestionados, y cuya revisión se vendrá inexorablemente.
La victoria del derechista Iván Duque por el Partido Centro Democrático, que lidera el senador y expresidente Álvaro Uribe, unió a varios sectores de la maquinaria política tradicional de Colombia. También la campaña trajo como noticia la montaña de votos que alcanzó el exmilitante del grupo M-19, quien fracasó estruendosamente como alcalde de Bogotá y curiosamente saca en esa ciudad una votación considerable. Es la primera vez que un político de izquierda llega tan alto. Pero su campaña estuvo marcada por la sinuosidad, renegó de sus antiguas amistades con Hugo Chávez y captó votos del centro, que hasta hace poco no parecía lógico que sumara. Los resultados están allí para el análisis y el debate y el rol de este político y su proyección (un nuevo ensayo en la alcaldía u otro intento presidencial), todavía están lejanos.
Iván Duque tiene grandes retos. El primero será despejarse de la tutela de un líder fuerte como Uribe -sin que esto suponga traición ni confrontación- pero será indispensable que el joven presidente electo ponga su impronta particular a su mandato.
Luego, cumplir con su compromiso de respetar los acuerdos de paz para que la guerrilla narcoterrorista de las FARC no vuelva a reagruparse. Más de 250 000 muertos es una razón poderosa para afianzar la paz. El reto de esa paz, empero es cómo hacerlo. Algo imposible sin justicia ni reparación a las víctimas del conflicto y sin impunidad, pero dando oportunidad a los guerrilleros que dejaron las armas de reinsertarse. Colombia merece un gobierno firme pero además un espacio para la conciliación.