Comerciantes informales ingresan a las unidades de Trolebús y ofertan sus productos. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
Los comerciantes informales llegan a partir de las 08:00 a la nueva terminal de El Labrador del Trolebús, ubicada en la avenida Amazonas e Isaac Albéniz, en el norte de Quito. Para ingresar, ellos pagan USD 0,25 del pasaje como cualquier usuario y en la estación abren sus mochilas para exhibir la mercadería.
Están a la espera del arribo de las unidades de transporte. Unos ofrecen accesorios para celulares, billeteras o botellas de agua. Otros venden cualquier tipo de comida: maní confitado, donas o dulces.
Hay comerciantes informales nacionales y extranjeros, especialmente de Venezuela, los ciudadanos de ese país huyeron de la crisis económica y política que afecta a su nación. Mientras que los ecuatorianos los miran con recelo; dicen que sus ventas han bajado por la competencia. Ellos son parte de los 11 000 comerciantes autónomos no regularizados que laboran en diferentes puntos de Quito, según los registros de la Agencia Metropolitana de Control.
Confites, accesorios para celulares, agua y más productos son ofertados en las unidades de Trolebús, en Quito. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
Este Diario recorrió el trayecto que va desde la estación de El Labrador (norte) hasta El Recreo (sur). El viaje dura 50 minutos. En ese lapso de tiempo, unos 10 vendedores ambulantes, la mayoría ciudadanos de Venezuela, se movieron entre los pasajeros para ofertar su mercadería en los articulados. A veces -cuentan- ellos compiten con sus pares ecuatorianos para no perder clientes.
En medio del trajín se cuentan historias de supervivencia. El venezolano Enrique Ramírez vino desde Caracas hace seis meses a Quito. “No me va muy bien, vendo llaveros y porta documentos a 1 dólar (…) Hay días que comercializo 20 o 40, eso es variable, no se gana algo fijo”.
Con eso mantiene a su esposa e hija. Afirma que es más fácil trabajar en las unidades de transporte que en la calle, aunque en varias ocasiones los agentes metropolitanos lo han desalojado de las paradas.
Leander Arévalo se mueve igual, pero vende cargadores y audífonos para teléfonos celulares. “Tenemos problemas con los supervisores. Estoy ahorrando para irme a Chile y reunirme con mis parientes allá”, cuenta.
Algunos pasajeros les compran sus productos, otros prefieren ignorarlos. El quiteño Raúl Flores ha notado que algunos grupos utilizan niños pequeños para ofertar toda clase de mercadería, también para pedir dinero. “Estamos invadidos, antes no se subían tantos comerciantes”, indica.
Los autonómos informales desconocen la normativa para salir a trabajar en las calles y avenidas. La Ordenanza Municipal 280 señala que el espacio público en donde trabajan los comerciantes debe ser autorizado por el Municipio. De otro lado, el artículo 104 de la Ordenanza 332 dice que serán sancionados con una multa del 0,5% de un salario básico quienes se dediquen a actividades comerciales sin autorización en lugares no autorizados.
Para los ecuatorianos, el trabajo en los sistemas de transporte público se ha convertido en una lucha diaria por ganarse el espacio.
Gabriel Aguiza se queja de que la competencia se ha incrementado, desmejorando las ventas. “Antes invertíamos un 20% y el 80% ganábamos, ahora es al revés”.
En los últimos días -acota- ha tenido problema al interior de los buses. Los extranjeros le denominan “trolear” al vender en las unidades del trolebús. “No nos permiten ingresar. Piensan que las rutas les pertenecen”.
El quiteño René Vargas expende cigarrillos y chips de teléfonos celulares. Espera que las ventas mejoren en los proximos días.
A veces, mientras los carros se movilizan, en cada parada se suben dos o tres comerciantes, otros se bajan. Los venezolanos se saludan y los ecuatorianos los miran con recelo. Esperan que algún vehículo llegue vacío para subirse.
Lo hacen desde las 08:00 hasta las 18:00. Pagan una sola vez el pasaje y todo el día compiten por ganar más clientes. Algunos extranjeros salen con sus hijos a trabajar.