Guillermina y Lastenia Méndez, de 90 y 96 años, viven en el cantón cañarense de Déleg. Foto: Xavier Caivinagua para EL COMERCIO
Tostar café en un fogón de leña o cultivar la huerta son las actividades cotidianas de Adela Pesántez Reyes, quien tiene 105 años. Lo hace con alegría y sin complicaciones.
Pesántez vive con Manuel Reyes, de 73 años, uno de sus seis hijos, en la casa que heredó de sus padres, en el barrio La Florida, del cantón azuayo de Pucará. La geografía de este cantón es montañosa y los vientos son casi permanentes.
Ella no sabe cómo ha llegado a vivir tantos años y sin enfermedades. “Será el trago de las mañanas, la alimentación diaria (mote y hortalizas) o la tranquilidad”, dice sonriendo, mientras revuelve los granos de café en una paila.
Todas las mañanas se sirve una copa de aguardiente con agua aromática. Cree que esa bebida le da energía para estar activa y preparar la comida, deshierbar, lavar o barrer.
Caminar –aunque a paso lento– la mantiene en buen estado físico, dice Rogelio Reyes, de 47 años, uno de sus 25 nietos. También tiene 60 biznietos, quienes la visitan cada 26 de julio, por su cumpleaños.
En Azuay, Loja y Cañar, las mujeres tuvieron en el 2015 una mayor esperanza de vida, con 81 años, 80,3 y 80,1 en ese orden. Las cifras son del Instituto Nacional de Estadística y Censos. Esa tendencia sigue, y para el 2020 se proyecta que suba a 81,9 años, 81 y 80,9, respectivamente. El promedio nacional será de 80,1 años.
En la población total (mujeres y hombres), Cañar no está entre las provincias con más esperanza de vida, a diferencia de Azuay y Loja.
María Morocho, de 98 años, vive en la parroquia cuencana de San Joaquín. Hace dos años dejó de tejer los canastos en duda (fibra natural) por su deficiencia visual, aunque sigue laborando en la agricultura y cuidando cuyes. “Siempre he comido los frutos de mis cultivos, porque son sanos”.
Para el médico geriatra Fabián Guapizaca, el clima cálido, los hábitos alimenticios y un estilo de vida tranquilo sí influyen en la esperanza de vida. Estima que estos tres factores aún persisten en las zonas rurales del Austro.
En la parroquia lojana de Vilcabamba, conocida como el ‘Valle de la Longevidad’, el clima promedio de 24 grados centígrados y el agua de sus vertientes, que según estudios científicos contiene magnesio, le dieron esa fama. Este territorio está rodeado de vegetación y huertos frutales.
Al caminar por sus calles la curiosidad atrapa a los visitantes por mirar a los ancianos, que descansan en el parque central o en los portales de sus casas. 115 adultos mayores asisten al Centro Gerontológico Vilcabamba, que es manejado por la Junta Parroquial y el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES).
Según Enma González, promotora social de este centro, son personas que tienen entre 65 y 104 años y realizan ejercicios, manualidades, bailan o se dedican al cultivo de huertos.
Entre ellas están Josefina Jaramillo y Esther Suquilanda, ambas de 91 años. Mientras realizan sus manualidades cuentan sus historias de vida, ríen y bromean. “Estamos activas, alejamos el estrés y ocupamos el tiempo libre”, comenta Suquilanda.
Para el geriatra, la esperanza de vida también depende de otros factores, como haber tenido padres longevos.
Así lo cree también Adela Pesántez, porque su madre falleció a los 99 años. “Yo no hice nada que me llevara a esta larga vida. He visto a personas cuidarse de todo y mantener dietas, pero yo no tengo ni idea de cómo vivo tanto. Es un deseo de Dios”, dice a sus nietos cuando preguntan por su edad.
La madre de Guillermina y Lastenia Méndez, de 90 y 96 años, respectivamente, falleció a los 95 años. Viven en el centro de Déleg, un cantón cañarense de 6 100 habitantes. La mayoría de la población es adulta, por la migración.
Tres caídas –en los últimos dos años– obligan a Guillermina a caminar apoyándose en un improvisado bastón y desde hace dos meses ya no sale de su casa. Su esposo, Fausto Avilés, de 78 años, la acompaña.
Con él tuvo una hija y tiene el cariño de cuatro nietos y cinco bisnietos, que la visitan de vez en cuando y eso le afecta.
En cambio, su hermana está saludable y no tiene problemas para caminar rápido. Se prepara el desayuno, siembra o cosecha, hace la siesta y a las 19:00 va a dormir, cuenta su hija Zaida Andrade, de 60 años.
Para los vecinos, Lastenia siempre está feliz. “He trabajado duro cultivando la huerta y ordeñando vacas. Una vida larga es un regalo de Dios”, comenta Lastenia.
Ella cree que su vida prolongada se debe a que se alimenta solo con vegetales, granos y leche. Su plato favorito es el mote revuelto con queso.
Adela Pesántez tiene el mismo gusto y lo acompaña con aguas aromáticas de plantas como menta, manzanilla, toronjil y hierbaluisa, que endulza con panela o miel de abeja.