Sin estar construido, el Metro de Quito ha permitido que un grupo de migrantes ecuatorianos retorne a su país. Los conocimientos que adquirieron durante la edificación de otras líneas de metro en España, Panamá, República Dominicana e Italia les dio la posibilidad de estar nuevamente en su tierra, junto a sus familias.
En una ciudad donde no se han construido antes estos proyectos, hallar un trabajador con el perfil laboral de los migrantes resultaba complicado. Por eso, los contratistas se fueron a lo seguro. Los ecuatorianos que estuvieron en España aprendieron a manejar grúas que superan los 19 metros, a armar pantallas –rejillas de acero- para dar forma a las estaciones, a inyectar hormigón bajo la tierra y hasta a operar tuneladoras –equipo para perforar la tierra y formar túneles-.
Ahora, en el Metro de Quito ellos ocupan mandos medios. Son los encargados de supervisar a sus compatriotas para que se haga bien la obra. En promedio, los emigrantes que retornaron para trabajar en este proyecto son 540, es decir el 30% de toda la nómina (1 800 personas) que se desempeña, actualmente, en los nueve frentes, mencionó José Luis Guijarro, gerente de Obra Civil del consorcio constructor.
Los migrantes ecuatorianos Bolívar López, Freddy Gaona y Elvis Indacochea, ahora trabajadores del Metro de Quito, se vieron obligados a dejar su país para buscar una oportunidad en España, tras la crisis financiera de 1999. Ellos estuvieron en el exterior entre 13 y 17 años enviando remesas para apoyar a sus familias. Se comunicaban por teléfono o videoconferencia y viajaban, ocasionalmente, para visitar a sus parientes.
La distancia era grande, les separaban aproximadamente 11 horas tomando como referencia un vuelo directo entre Madrid y Quito.
A pesar de esta situación, no tenían entre sus planes volver, menos pensaban en construir un Metro en la capital ecuatoriana. “Son proyectos muy grandes, que nunca se han hecho”, mencionó Bolívar López, guayaquileño, quien ahora supervisa que los obreros armen adecuadamente las estructuras de acero que darán forma a las paredes de la estación del Metro de La Carolina.
En España, López trabajó para Metro Madrid desde el 2003. Ahí, durante una de sus jornadas, se enteró por sus compañeros -a fines del 2012- que iba a salir una obra similar y tendría que viajar a Ecuador. “Yo no me lo creía”. La incertidumbre terminó cuando le propusieron venir como encargado de la construcción a Quito. Aceptó sin dudarlo. Esta decisión le ha dado una de sus alegrías más grandes.
López está trabajando en una obra emblemática, tiene a su familia cerca. Ahora las distancias son más cortas –a media hora en avión entre Quito y Guayaquil-. Ya no se pierde de las reuniones sociales: cumpleaños, fiestas y puede degustar con más frecuencia de su comida favorita: la cangrejada. “Estoy feliz de estar en mi casa. Haciendo el Metro, ni en mis mejores sueños pensaba esto”.
Con la familia cerca, el desempeño de los trabajadores parece que mejora. Guijarro considera que los migrantes hacen, en su país, una labor “magnífica”. Los describe como personas responsables, que empezaron desde abajo, adquirieron experiencia en España, Italia, Panamá, República Dominicana… y salieron adelante, con su esfuerzo.
Freddy Gaona, quien realiza la misma labor que López, mientras recorría la zona donde una cuadrilla ataba varillas de acero en la estación La Carolina, el jueves pasado, recordó que cuando llegó a España, hace 16 años, hizo lo mismo.
Sabe que la tarea es significativa, porque son estructuras pesadas, superan las 20 toneladas. “Esto no se levanta para ser insertado adentro del suelo si no está bien hecho”.
Lo aprendido afuera le ha abierto varias puertas. Gaona trabajó en la construcción de la primera línea del Metro de Panamá, en la ampliación del canal de Panamá, en extensiones de líneas de metro españolas, hizo puentes, depuradoras…
Allá el trabajo era mejor remunerado, superaba los 2 000 euros mensuales (USD 2 231).
Las remesas se enviaban con frecuencia, pero los migrantes se encontraban lejos de su familia. Ahora la situación es al revés, ellos tienen menos ingresos, pero están cerca de los suyos y el dinero se queda en el mismo país. Aunque también hay ciertas excepciones.
Cada que recibe su salario Elvis Indacochea envía alrededor de USD 1 300 a su esposa Claudia, para que pague una hipoteca. Ella y su hija Ainhoa, de cuatro años se quedaron en Barcelona, España.
No es la primera vez que este jefe de familia se ausenta. Por su oficio, operador de apantalladora -máquina para formar las paredes- él ha viajado a Portugal, Brasil, Rumania, varias ciudades de España y ahora se encuentra aquí, en Ecuador.
Su último trabajo le ha traído de vuelta a su país y le ha permitido estar cerca de su hijo mayor: Cristopher, de 14 años, quien vive en Guayaquil.
Al menor lo visita frecuentemente, quiere aprovechar su estancia en su tierra. Él sabe que a corto plazo tendrá que regresar a España. En sus planes no está quedarse en Ecuador. Su familia está allá, lejos.
Bolívar y Freddy, en cambio, aspiran que se abran nuevos proyectos en el país. Ellos disfrutan estando de vuelta en Ecuador y no se quisieran ir. Aunque saben que si se presenta una oportunidad laboral afuera, tendrán que volver a migrar.