Slendy Cifuentes, hermana de Johanna, víctima de femicidio, buscó justicia durante 10 años. Foto: Yadira Trujillo/ EL COMERCIO
Cuando Johanna Cifuentes tenía 19 años, el 13 de febrero del 2006, salió de su casa con sueños por cumplir a largo plazo. Nunca volvió. Ese día fue asesinada por su pareja al intentar terminar su relación.
“Recibió 17 puñaladas. Y yo estoy segura de que la culpa no fue de ella ni dónde estaba ni cómo vestía. El asesino fue él”, dijo con firmeza su hermana, Slendy Cifuentes, ayer miércoles 11 de diciembre del 2019.
La mujer luchó porque se haga justicia por el femicidio de su hermana. No desmayó durante 10 años, en la búsqueda del femicida, que fue sentenciado a 25 años de cárcel en el 2016.
Por esa razón, Slendy y otras 14 mujeres, que han dedicado su vida a no permitir que la voz de víctimas de violencia se apague, recibieron un homenaje público, rodeadas de activistas por los derechos de las mujeres.
Un acto emotivo se organizó para destacar la lucha de las 15 mujeres, entre ellas familiares de las que ya no están y sobrevivientes de violencia sexual y de otros tipos de violencia.
Se realizó con motivo de la conmemoración de los cinco años de Surkuna, organización que da apoyo jurídico a mujeres víctimas de violencia y aboga por sus derechos.
El centro –detalló Verónica Vera, de Surkuna– nació con el objetivo de que mujeres y niñas víctimas de femicidio, sobrevivientes de violencia sexual y de todo tipo de violencia obtengan verdad, justicia y reparación.
Los asistentes al homenaje dejaron sus mensajes por la búsqueda de justicia en un mural. Foto: Yadira Trujillo/ EL COMERCIO
Por eso, las 15 mujeres recibieron sus retratos, hechos por la artista Pepa, como un ejercicio de hacer memoria, que es a la vez una forma de buscar justicia y reparación, precisó Verónica Vera.
“Se llamaba Carolina, tenía 13 años. Jugaba con sus amigas, con sus primos y sus gatos. Una tarde como siempre jugó a esconderse, esperando que la encuentren, su primo apareció. Le dijo que se callara, mientras él la manoseaba. Le dijo que se callara, mientras él la violaba”.
Es parte de la historia que Tamia Maldonado introdujo en una de las canciones que compartió en el Museo del Rock Ecuatoriano como parte del homenaje a las mujeres que se reunieron para dejar un mensaje: “la justicia es colectiva”.
Entre música feminista latinoamericana, interpretada por Tamia Maldonado y Pablo Ortiz, las asistentes escucharon las historias de aquellas que fueron violentamente asesinadas en Ecuador, por el hecho de ser mujeres, tal como las 95 que registró hasta noviembre de este 2019 la Alianza para el Monitoreo y Mapeo de Femicidios en Ecuador.
Angie era estudiante de medicina. Tenía 19 años. El 28 de enero del 2014 desapareció. Su madre, Yadira Labanda, la buscó incansablemente hasta que el 4 de mayo del 2016 se conoció que Angie fue víctima de femicidio.
“Mi hija soñaba con graduarse y conocer el mundo. Pero un hombre que decía amarla le arrebató su vida”, recordó Yadira en el homenaje. “Pienso en lo que sufrió en sus momentos de agonía. Me invade la rabia y la tristeza”, dice con la voz quebrada.
Luego recuperó la entereza: “esta es mi historia y así me reconozco en ella para poder acompañar la de alguien más”. Aún recuerda el duro proceso legal en su búsqueda de justicia para su hija. Relata que escuchaba al abogado del femicida de Angie referirse “de la peor forma” a su hija para justificar la agresión.
“Angie les agradece desde las estrellas. Angie es mi lucha. Por la memoria de ella y de cientos que mueren en Ecuador, ni un minuto de silencio”.
Al igual que la semilla de estas dos mujeres germinó en la lucha de sus familias, la de Vanesa Landines lo hizo en la de Anita y Rosita Ortega, su madre y prima, respectivamente.
Ellas también fueron homenajeadas, al igual que Ruth Montenegro, madre de Valentina Cosíos, la niña de 11 años a quien encontraron muerta y con signos de violencia sexual en el patio de su escuela, el 23 de junio del 2016.
Las sobrevivientes de violencia sexual también fueron parte del homenaje. Entre ellas, Stephanie y Salomé, que sufrieron abuso sexual en su infancia, por parte de su entrenador, en un gimnasio de Quito. O Antonella y Anahí, que rompieron el silencio frente a la violencia sexual.
Sus retratos se expusieron en el Museo del Rock, junto con el de Norma, la niña por cuyo caso de violencia, Surkuna apoyó la denuncia al Estado ecuatoriano ante el Comité de Derechos Humanos. Aunque la pequeña no estuvo presente, su historia es un precedente de lucha para mujeres que asistieron al aniversario de la organización.
El proceso de lucha –dijo Ana Cristina Vera– debe ser lo más reparador posible. El reto para Ecuador –sostiene– es que haya justicia efectiva para las mujeres, de manera que sean una prioridad que trascienda el discurso.
“Desde el Gobierno, la institucionalidad, la Asamblea, la Función Judicial se habla de la importancia de la justicia para las mujeres. Eso queda en una ley escrita, pero no termina modificando la vida de las mujeres”.
Las mujeres homenajeadas recibieron retratos realizados por la artista Pepa. Foto: Yadira Trujillo/ EL COMERCIO
Para que sea una prioridad real tiene que haber presupuesto para esos temas, enfatiza Vera. “Una reducción del 84% en el presupuesto para la prevención de violencia no es compatible con un discurso que dice que las mujeres son prioritarias, que quieren erradicar la violencia”.
Lo mismo –asegura– pasa en el sistema judicial. “Es importante que más allá de que hayan leyes, las mujeres puedan acceder a justicia y puedan tener procesos no revictimizantes y reparadores”.
Un mural para que las asistentes pongan sus mensajes en favor de la justicia feminista se llenó durante el homenaje. Alrededor de la consigna ‘Justicia para todas’ se grabaron los nombres de Verónica, Valentina, Daniela, Anahí.
Uno de los mensajes fue para la adolescente de 15 años cuya muerte reveló la existencia de una red de microtráfico y trata de menores, al mando de ‘El Abuelo’: “todas somos Carolina”.
El mismo nombre que Tamia Maldonado le puso a la niña de la historia de su canción. Es un homenaje para las sobrevivientes de violencia sexual y para aquellas que murieron al practicarse abortos clandestinos como la niña de la canción, abusada por su primo.
El final de la historia, en la voz de la cantante feminista, resonó en las mujeres que lucharon y luchan por justicia para las suyas. La voz de la madre de Carolina, que cuenta su historia en la canción, durante el homenaje fue la voz de Slendy, Yadira, Ruth o Anita, madres de víctimas reales que luchan por justicia.
“A ella le habían contado que los monstruos eran distintos, pero esa tarde el monstruo tuvo el rostro de su primo. Estaba embarazada pero ella no quería, no entendía que le pasaba, por qué su infancia se iba. Carolina no quería, ella dijo que no. Carolina era una niña, Carolina dijo que no. Buscamos una salida, la plata no alcanzó, el aborto clandestino a mi hija se llevó (…) en tu nombre Carolina, no dejaré de luchar, usando el pañuelo verde, a la calle iré a marchar, aborto libre y seguro, porque quiero evitar que la historia de mi hija a otra le pueda pasar”.