En la Secretaría de Territorio se receptaron las postulaciones para el Premio al Ornato de este 2019. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Son 106 años de trayectoria. El Premio al Ornato nació con una meta clara: reconocer el desarrollo de la arquitectura en Quito. Las obras ganadoras de la distinción son testimonio de la evolución en las técnicas constructivas y referentes para el conocimiento de estas.
El galardón municipal arrancó en un momento en el que la ciudad atravesaba por una crisis de planificación y se constituyó en un respaldo para la arquitectura que surgió desde la época (1913). ‘100 años del Premio al Ornato’ (Municipio, 2013), da cuenta de que el primer galardón fue para la residencia de Vicente Baca (Guayaquil y Galápagos), del arquitecto Francisco Smith.
Viviana Figueroa, responsable de la Unidad de Áreas Históricas de la Secretaría de Territorio del Municipio y curadora de la edición 2019, comparte que no hay una cifra exacta de edificaciones que portan el galardón.
Sin embargo, el registro que reposa en la Secretaría del Concejo Metropolitano detalla que 141 lo recibieron entre 1916 y el 2017.
En principio, el reconocimiento que lograron inmuebles como el edificio del Cuerpo de Bomberos de Quito y el Condominio Artigas, se entregaba cada año y luego pasó a ser cada dos. En las tres ediciones anteriores, en promedio, hubo 15 postulaciones. En esta fueron 28, de las cuales 27 cumplieron los requisitos.
Para Figueroa, el aumento en las aplicaciones da un nuevo impulso al premio y muestra el interés que hay en conservar las obras modernas.
En esta edición hay seis categorías: nuevas edificaciones destinadas a vivienda unifamiliar, a vivienda multifamiliar, a usos diferentes a vivienda, a equipamiento público o privado, intervenciones en edificaciones existentes ubicadas en zonas protegidas de Quito, y obras urbanísticas.
En el Centro hay postulaciones por rehabilitaciones y la novedad es que, habitualmente, en esta clase participaban instituciones públicas. Ahora privados van por el premio.
En el norte hay edificaciones en sitios como la av. Coruña, Bellavista y otras en el sector del viejo aeropuerto de Quito. Hasta la Secretaría de Territorio, encargada de receptar las postulaciones, también llegaron obras desde Conocoto, Cumbayá, Puembo, Calacalí y Nono.
Hay factores comunes entre los trabajos, como una integración con el entorno que, a decir de Figueroa, da cuenta de un respeto por la ciudad. Sin dejar fuera la innovación, la tecnología y la sostenibilidad. Uno de los elementos: inclusión de terrazas verdes.
Los ejes transversales no son del todo nuevos. De esto da fe el presidente del Colegio de Arquitectos (nacional y local), Pablo Moreira. No obstante, es claro que hay una mayor conciencia en los arquitectos sobre el tema ambiental. Y “es una obligación como Colegio apoyar esas propuestas”.
El directivo pondera como una de las relevancias del premio, el reconocimiento a la arquitectura como un mapa de la historia de las sociedades.
En ese plano hay referentes. Uno de ellos y el que más distinciones ha recibido (17): Rafael Vélez Calisto. A sus 77 años y con cerca de cumplir medio siglo de trayectoria profesional, el arquitecto tiene presente la primera obra de su autoría que recibió el premio: una casa diseñada para su familia, en la Jipijapa, en los 70.
Una edificación levantada en un terreno estrecho (7 metros de frente por 30 de fondo). Fue un planteamiento espacial que unía todos los niveles y, pese a ser pequeña, daba la sensación de amplitud. Además, fue construida con un bajo presupuesto, de 180 000 sucres, a través de un préstamo.
Vélez Calisto recuerda que tuvo suerte de ejercer buena parte de la profesión en la primera época petrolera, entre el 50 y 80, en la que hubo un ‘boom’ de la construcción. El segundo premio fue una edificación modesta, en el mismo sector que la primera, un hogar para niños con discapacidad.
Otro ganador del galardón municipal es Milton Barragán Dumet, creador de más de 200 obras. El Condominio Artigas (Premio 1974) es de su autoría, así como los multifamiliares de la calle Armero (1975). Él es creador de construcciones como el Templo de la Patria y, en febrero, recibió un homenaje por parte del Cabildo, por sus 60 años de trayectoria.
Los trabajos de arquitectos como Vélez Calisto y Barragán Dumet son parte viva de la ciudad. Por eso, en palabras de Moreira, “cuando se derrocan estas obras se elimina una parte de la historia”. Y pone un ejemplo: la Casa Chérrez, construida por el arquitecto Oswaldo de la Torre en 1963 y ganadora del premio en 1964. El arranque de la demolición se evidenció el 22 de julio.
Figueroa aclara que no todas las obras galardonadas son parte del inventario patrimonial de Quito. Hasta 1998, explica, había una declaratoria que les incluía, con algunas excepciones. A partir del 2000, en cambio, el proceso incluye una protección por cinco años y luego de ese tiempo, como sucederá con los ganadores del 2019, se realiza una nueva evaluación para considerar una inclusión definitiva. El 12 de septiembre se conocerá a los triunfadores.
Y, en palabras de Vélez Calisto, nada es más cierto que la obra arquitectónica. Todas las manifestaciones culturales e históricas se reflejan en esta. De ahí la importancia de la conservación.