La iglesia La Dolorosa fue seleccionada por el valor arquitectónico que posee. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO.
La ciudad habla. A cada paso, cuenta parte de su vida desde sus calles y plazas, desde sus edificios y casas. Hay construcciones que merecen ser conservadas para las siguientes generaciones. Edificios que encarnan el desarrollo de la ciudad, sus distintas épocas y cómo era la vida en ese entonces. Bajo esa luz, no solo lo antiguo tiene valor.
Así es cómo Angélica Arias, directora del Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), abre el espectro de lo que significa patrimonio. Señala que va más allá de la época colonial y republicana y aterriza en la arquitectura moderna.
El IMP elaboró un listado previo con 300 edificaciones con miras a volverse patrimonio moderno. Son construcciones que sin ser antiguas, se volvieron un punto de referencia para la ciudad. La mayoría, más del 60%, está en el norte, en especial en zonas como La Mariscal y La Floresta. El 30% se levantó en el centro y un 10% en el sur.
Los primeros edificios modernos de Quito empezaron a cobrar vida a partir de 1930. Los últimos a inicios de los 80.
Arias explica que los movimientos clásicos (como el barroco) buscaban ornamentar todo. Decoraban las fachadas con curvas, adornos, molduras y cornisas, mientras que con el modernismo los adornos se volvieron innecesarios.
En esos años, no solo cambiaron las edificaciones, sino la forma de vivir. Las casas ya no tenían el tradicional patio interior, sino un patio hacia afuera, lo que implicaba más relación con el exterior. Se empezó a construir el sistema de alcantarillado y agua.
En esa época se construyeron inmuebles que hoy forman parte de ese listado de patrimonio moderno. Está, por ejemplo, el Hotel Humboldt, el Teatro Bolívar, el Pasaje Amador, el Banco Central.
Aquellas edificaciones que han ganado el premio al Ornato de la capital (que empezó a entregarse en 1913), también forman parte del listado de patrimonio moderno: Ciespal, el Colegio San Gabriel, La Flacso, la Alianza Francesa.
Y viviendas como el condómino Plaza Artigas, Condominios Colón y el Conjunto La Granja, en la Mariana de Jesús.
Para Hernán Orbea, urbanista quien dirigió el libro ‘Quito: 30 años de Arquitectura Moderna’, (que sirvió de base para hacer el listado) esa época coincidió con una demanda masiva de vivienda. Las oleadas migratorias, fruto del ‘boom’ bananero, hicieron que la ciudad y el Estado crecieran. Ese desarrollo es contado por sus edificaciones.
La arquitectura moderna comenzó a considerarse patrimonial a partir del 2011, con la Carta de Madrid emitida por la Unesco.
Arias explica que a inicio de esta década, el patrimonio moderno empezó a tener afectaciones estructurales. Algunas, propias del hormigón pobre con el que fueron construidas. Pero hubo otra amenaza: la demolición.
Para Pablo Moreira, presidente del Colegio de Arquitectos, un claro ejemplo de aquello es lo que ocurrió cuando se derrocó el edificio de la Dirección Provincial de salud en el centro, en el 2013. Otro: derrocar el edificio del Antiguo Registro Civil. “Pudo ser usado para dar vivienda a personas jóvenes o de la tercera edad”.
Inventariar ese patrimonio ayudará a proteger los bienes.
El trabajo de seleccionar el listado fue hecho con Alfonso Ortiz, excronista de Quito, a la cabeza.
Antes de inventariar los bienes, se debe hacer un registro específico de arquitectura moderna. Para ello, esas construcciones deben ser registradas. Es decir, se las debe analizar, una a una, con una ficha, y deben ser calificadas. Al momento, el IMP cuenta con fichas para inventariar patrimonio colonial y republicano pero no sirven para el moderno, por lo que debieron hacer una nueva matriz.
Cuando una edificación es inventariada como patrimonial, debe cumplir parámetros de conservación y cumplir ciertos cuidados. Por ejemplo, no se la puede derrocar, ni afectar su fachada, ni hacer cambios drásticos en el interior. Pero, también, sus dueños pueden acceder a los cuatro incentivos que da el Municipio para su mantenimiento, los mismos que se dan en el Centro Histórico: arreglo de cubiertas, fachadas e intervenciones internas. El año pasado, estos beneficiaron a 165 familias y el Municipio invirtió USD 3 millones.
Si se quiere hacer una intervención fuerte se requiere la aprobación de la comisión de áreas históricas, y es un proceso largo. Pero, según Arias, se busca cambiar eso.
Para Diego Hurtado, urbanista y profesor de la Universidad Central, si se derroca ese tipo de edificios, se afecta el paisaje urbano y se pierde la identidad barrial. De allí que la propuesta de Moreira es conservar esas edificaciones y darles usos comunitarios. Se pueden realizar allí talleres, cursos o asambleas.
Para Orbea, hace falta considerar un mayor estímulo para conservar el patrimonio. La institucionalidad no ha logrado divulgar la verdadera importancia de ese tipo de construcciones. Solo con estímulos, dice, se podrá gozar de un patrimonio vivo.