Procesión del Cristo del Consuelo en Guayaquil. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Las lluvias cesaron. La mañana de este Viernes Santo (3 de abril de 2015) el amanecer pintó de amarillo las calles del Suburbio guayaquileño. Miles de fieles madrugaron para acompañar al Cristo del Consuelo en su Vía Crucis sobre una calle de asfalto caliente, abarrotada de fe, muy cerca del estero Salado.
Un mar de feligreses copó por completo la avenida Lizardo García, antes de las 06:00. Desde aquí, la iglesia del Cristo del Consuelo, partió esta tradicional procesión, una de las más representativas del mundo católico de América Latina.
Quienes asisten portan sus ofrendas: flores, cruces, estampas, rosarios y cirios encendidos que elevan con devoción en cada una de las estaciones, dirigidas por el sacerdote claretiano Ángel Villamizar, párroco de la congregación. Caminan penitentes, otros avanzan en sillas de ruedas, otros delcalzos y algunos de rodillas.
El eco de un megáfono se extiende por cada cuadra, contagiando a los fieles con cánticos y oraciones. Sus ruegos son respondidos desde los balcones de decenas de casonas antiguas de este popular sector, desde donde lanzan agua a los sedientos caminantes y pétalos de rosas como bálsamo para el Cristo.
El recorrido, de 17 cuadras, finaliza con una misa campal en los exteriores de la iglesia Espíritu Santo. Será dirigida por el arzobispo de Guayaquil, Monseñor Antonio Arregui.
La iglesia Cristo del Consuelo surgió en septiembre de 1959, cuando se colocó la primera piedra para su construcción, en el extremo oeste de Guayaquil. El 1 de enero del 1965 le encomendaron al artesano Julio César Chimbo esculpir el gran Cristo del Consuelo, tal como lucía en una imagen que trajeron de España. La obra fue hecha en madera de nogal y por ella le pagaron 2 500 sucres.
Hoy, la cruz que porta el sufrimiento de Cristo está rodeada por un rosario de rosas rojas. Y es custodiada, como cada año, por miembros de la parroquia. Junto a ellos, un cordón de policías intentan contener la fe desbordante de quienes anhelan tocar el madero solo por un instante.