Maritza Muñoz, hermana del joven comerciante, muestra las fotos que conserva del menor de su familia. Foto: Juan Carlos Pérez/ para EL COMERCIO.
En la familia Muñoz, el correteo y las risas de la pequeña Adriana dejaron de alegrar el ambiente hogareño desde el 1 de mayo del 2019 cuando se enteraron que Adrián Muñoz Andrade, de 28 años, no llegó a casa.
Lo esperaron como todas las noches hasta las 20:00 cuando el sonido de su moto y un mensaje en WhatsApp los alertaba de su arribo a su vivienda en Santo Domingo de los Tsáchilas, en el occidente del Ecuador.
Ese día, que coincidió con la fecha en honor a los trabajadores, salió temprano a su trabajo en un local de venta de chips para celulares cerca al Municipio de Santo Domingo, en la calle 29 de Mayo y Tulcán.
Tras desembarcar de su moto vio que sus compañeros reían en la parte de afuera y se mofaban por la prisa que tenía para reportarse ante su jefe. Avanzó hasta la oficina del ejecutivo, le tendió la mano y este enseguida le dijo que era día de paga y también de asueto.
Muñoz sonrío y se alegró porque tendría tiempo de realizar algunas diligencias o quizás visitar a su madre Digna Muñoz, quien siempre permanecía atenta al menor de sus hijos.
Habían chateado desde la mañana y Adrián no descartaba ir por ella y su hija Adriana, de 8 años, que vive bajo el cuidado de su abuela en el cantón El Carmen, en Manabí.
La niña lo esperó como de costumbre para abrazarlo y sentarse en sus piernas para contarle cómo le había ido en la escuela. Y también para decirle lo mucho que lo ama. Adriana es la más afectiva de los tres hijos de Adrián. La mayor tiene 11 años y el último 6, quien son de un primer matrimonio que tuvo el joven.
El 2 de mayo del 2019, Adriana preguntó qué le había ocurrido a su padre cuando escuchó que su abuela lloraba con angustia porque le contaban que su hijo no daba señales.
Su actual nuera, Verónica Guanchi, la llamó para contarle que su esposo no llegó a casa y tampoco se reportaba en el celular. Adriana lo escuchó todo y temió que a su ‘papito’ le sucediera algo. Se echó a llorar y desde esa fecha no deja de preguntar sobre el paradero de su padre. “Yo aquí estoy comiendo, ¿pero y mi papi?, pregunta la niña mientras levanta las manos hacia los lados y pronto las cruza hasta quedar con la cabeza agachada.
Ese 2 de mayo, luego de la charla con su suegra, el teléfono de Verónica sonó y al revisarlo leyó un mensaje enviado desde el número de Adrián Muñoz. Decía que se encontraba bien y en la noche llegaría a casa.
Ella cuenta que esa no es la forma de comunicación de su esposo. “Creo que alguien escribió desde su teléfono, porque llamé enseguida y nadie me respondió”.
Hasta este 16 de mayo del 2019 no se sabe nada del joven comerciante. Su hermana Maritza Muñoz, que estos días está al frente de las diligencias para localizarlo, afirma que en ningún momento supo de inconvenientes que la hicieran pensar en algo malo. Es su confidente y su hermano consentido.
15 días antes de que desapareciera llegó al local de electromecánica de Maritza y sonrío como siempre hasta avanzar casi corriendo para darle un abrazo. Era una costumbre que advertía amabilidad y cariño y así lo hacía desde niño. Con su hermana charlaron por minutos sobre el estado de salud de su madre que sufre de alteraciones de la presión por su cuadro de hipertensión que arrastra desde hace años.
En el estrecho pasillo de vitrinas con repuestos de autos, Adrián no dejaba de seguirla mientras atendía a los clientes que desde la puerta de acceso al local pedían desde un ovillo hasta un fusible.
El hermano pensó que ya era tiempo de continuar en la venta de los chips y pronto se despidió de ella con un nuevo abrazo. Se subió en la miniván en la que llegó y se marchó hasta los bajos del Municipio donde habitualmente se concentraba para vender los dispositivos.
Aquel 1 de mayo portaba una gorra y ropa ligera para soportar la temperatura elevada de la jornada que se interrumpió por el asueto que le dio su jefe. Sus compañeros intentaron animarlo para ir a compartir un grato momento por el Día del Trabajador. Sin embargo, Adrián Muñoz no era de los que prefería ir a libar, sino que priorizaba el ambiente hogareño en el que hoy hace falta su presencia como nunca había ocurrido dice su madre Digna y no para de llorar. Adrián estudió gastronomía en el cantón El Carmen (Manabí) y con esos aprendizajes viajó a Quito en busca de un empleo como chef.
Con apenas 19 años fue aceptado en locales de venta de asados donde fue forjando su tino para entender las preferencias de la clientela. Con los años ganó más experiencia y se dio cuenta de que era tiempo de volver a Santo Domingo.
En esta provincia se vinculó a otros oficios temporales de la informalidad comercial hasta que por recomendaciones de amistades se presentó en el local de venta de chips en el que trabajó hasta hace 15 días.
Su desaparición ya fue reportada en la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestros.
Agentes de esta dependencia cruzaron datos con sus pares de Manabí para emprender la localización del joven tanto en el cantón El Carmen como en Santo Domingo de los Tsáchilas.
El día a día de Adrián Muñoz Andrade corría entre ambas zonas. Con su esposa, quien lleva 6 meses de embarazo, tienen una vivienda en la parroquia San Jacinto del Búa. A diario recorría 62 kilómetros entre ida y vuelta para ir a su trabajo en el centro de Santo Domingo. También iba los fines de semana y en días de vacaciones donde su madre en el cantón El Carmen.
A su hermana Maritza, en cambio, la visitaba en su local en el baipás Chone-Quevedo-Esmeraldas.
Por todas estas rutas su familia lo ha buscado sin éxito. Ellos mantienen la esperanza de que los agentes de la Policía pronto les den buenas noticias del joven. Una noticia esperanzadora que alegre nuevamente el hogar de los Muñoz y de su hija Adriana, que lo espera para abrazarlo hasta el infinito, como le solía decir cuando le cruzaba sus brazos en el cuello.