Tradiciones kichwas atraen a turistas

La comunidad kichwa karanki  San Clemente, de Ibarra, fortalece su proyecto de turismo con identidad.

La comunidad kichwa karanki San Clemente, de Ibarra, fortalece su proyecto de turismo con identidad.

La comunidad kichwa karanki San Clemente, de Ibarra, fortalece su proyecto de turismo con identidad. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO

El aroma de las mazorcas de maíz, papas, habas, camote y carne de pollo, entre otros productos recién cocidos, se esparce por la quebrada del sector de Tola Uko, en la comunidad kichwa San Clemente, al sur de la capital de Imbabura.

La fragancia escapa de un hoyo de tierra en donde, dos horas antes, se colocaron los alimentos, protegidos por sus vainas u hojas de achera, sobre piedras ardientes, del tamaño de naranjas.

“Esto es la Pachamanca (cocinar en el vientre de la tierra, en español)”, explica Juan Guatemal, coordinador de turismo, a un grupo de visitantes europeos que llegó, el jueves último, al poblado situado en las faldas del volcán Imbabura.

Los árboles de eucalipto y matorrales de moras, chilcos y pumamaquis rodean el lugar. A lo lejos se observan los cultivos de maíz, arveja, fréjol, entre otros, de parcelas vecinas.

La italiana Rose Wander comenta que es la primera vez que observa esta técnica ancestral de preparar alimentos. Quizá por eso registró cada detalle en un video, que luego lo difundirá en su blog de viajes.

En su cámara congeló la imagen de la comida, en el interior del hueco de un metro de diámetro, cubiertos por una tela y luego con tierra, a manera de una tapa gigante.

Mientras, las piedras, que fueron recalentadas previamente con leños, cocinaban los alimentos dentro del hoyo, los músicos Wilman Pupiales, con la guitarra, y Edwin Guatemal, con el bandolín, interpretaban unos sanjuanitos.

Los visitantes como la francesa Muriel Blanchier aprovecharon para sumarse al baile, dando vueltas, que realizaban las mujeres indígenas en el sitio, como parte del ritual.

Otras campesinas, en cambio, se dedicaban a bordar lienzos blancos con hilos multicolores. Esa habilidad de las artesanas se refleja en la vestimenta de las labriegas, que lucen blusas blancas con figuras diseñadas con hilos. Los trajes se complementan con faldas plisadas y alpargatas.

El olor de los alimentos en cocción se mezclaba con el de las flores silvestres.

“La Pachamanca no es un plato que se prepara cualquier día. Es un manjar sagrado que se debe elaborar solo durante los equinoccios (21 de marzo y 21 de septiembre) o solsticios (21 de junio o 21 de diciembre), asegura Juan Guatemal.

También comenta que así lo hacía la mayoría de pueblos milenarios de la región andina, reflejando esa simbiosis entre el hombre y la naturaleza.

Los extranjeros estuvieron felices de compartir las tradiciones indígenas. Ese, precisamente, es el eje del proyecto de turismo comunitario, que emprendió la comunidad en el 2002. El objetivo es que las familias kichwas acojan a los foráneos y les ofrezcan espacios de convivencia, para intercambiar saberes.

Esa relación ha permitido estrechar la amistad de los nativos con sus huéspedes. María Serrano, una de las emprendedoras de San Clemente, comenta que acogió, durante tres meses, en su casa a Camila, una voluntaria de Estados Unidos.

Aunque retornó a su país ahora mantienen diálogos permanentes a través de correos electrónicos y llamadas telefónicas. Serrano considera a la viajera como un miembro más de su familia.

Esta vez los nuevos visitantes disfrutaron de la celebración, a la que denominan Kapac Raymi (Fiesta de los Niños y Jóvenes), previo a la Navidad, del calendario Gregoriano.

Durante otras épocas del año, en cambio, los turistas participan en las faenas de siembra y cosecha del maíz, trigo y cebada.

Las jornadas incluyen el ordeño de las vacas y la alimentación de las gallinas y cuyes. Pero, una de las tareas que más encanta a los turistas es arar la tierra con yunta de bueyes.

El momento más esperado de la Pachamanca es la degustación de la comida, en el campo, al aire libre. Luego de saborear los manjares, todos coinciden en que los productos cocidos en el vientre de la tierra tienen un sabor único.

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