Máscaras, fotografías, artesanías, diablos y guarichas se tomaron el recibidor del MAAC en una reciente exposición. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO.
Píllaro, que acaba de festejar sus diabladas, se promueve como un destino turístico para todo el año, más allá de las fiestas tradicionales que se desarrollan del 1 al 6 de enero y que constituyen un Patrimonio Cultural Intangible del Ecuador. El cantón de la provincia del Tungurahua cuenta con un museo permanente que exhibe máscaras tradicionales y que entre otras cosas explica su proceso de elaboración.
Una exposición de máscaras, fotos y artesanías, bailes de diablos y guarichas, además de un foro sobre el simbolismo de la Diablada de Píllaro, se tomaron el Museo Antropológico y Arte Contemporáneo (MAAC) en Guayaquil, como parte de la promoción turística de esta fiesta cultural.
La Casa Museo El Pacto y la plataforma turística Turistiqueros buscan que más ecuatorianos visiten Píllaro. La producción sostenida de artesanías alusivas a su fiesta insigne está entre los atractivos de la localidad, cercana a Ambato, a Pelileo y a Baños.
Jorge Mori, director de Turistiqueros, destacó también al Parque Nacional Llanganates, un área protegida de páramo andino.
Entre sus platos típicos están la fritada y el yahuarlocro y una receta ancestral rescatada en la comunidad: el pato al lodo, que revive la tradición alimenticia del pueblo originario de los panzaleos.
“Es un pato envuelto en lodo y asado con plumas, sale como un huevo de dinosaurio, cuando se parte la crosta, las plumas y la piel quedan pegadas al
barro cocido. El lodo ancestral de Llanganates tiene sales minerales que pasan al pato”, describió Mori.
Ítalo Espín, director de Casa Museo El Pacto, explicó que la festividad nació en la época colonial como una respuesta de la población indígena a las tradiciones de los españoles, que celebraban la Fiesta de Inocentes o de disfrazados. Los pobladores comenzaron a imprimirle su propio simbolismo con bailes y disfraces.
Poco a poco se va transformando en Diablada Pillareña por el personaje del diablo que empieza a ser mayoritario, explicó Espín. “En lo colectivo es la reivindicación del estatus de comunidad ante el centro cantonal, sede del poder político y religioso, porque por unos momentos las comunidades rurales se apoderan de la plaza y son ellos el poder”, dijo.
Se trata de una forma de empoderarse y recuperar el sentido de pertenencia de su territorio, agregó. En los disfraces de diablos (personaje sinvergüenza, carismático, pícaro y juguetón) y las guarichas (mujeres alegres, a menudo interpretadas por hombres) los participantes encuentran “un espíritu de liberación temporal”.