La tradición de los canoeros sigue navegando en Samborondón

70 canoas integran Asociación Fluvial Santa Ana. Las embarcaciones zarpan desde el malecón de Samborondón y van hasta recintos ribereños. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO

70 canoas integran Asociación Fluvial Santa Ana. Las embarcaciones zarpan desde el malecón de Samborondón y van hasta recintos ribereños. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO

70 canoas integran Asociación Fluvial Santa Ana. Las embarcaciones zarpan desde el malecón de Samborondón y van hasta recintos ribereños. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO

Son la ‘metrovía’ o los ‘taxi amigo’ del área rural de Samborondón. Navegan a toda velocidad por la correntosa avenida formada por el río Babahoyo, que se interna en gran parte de los 120 recintos de este cantón guayasense.

La transportación fluvial es una tradición que sigue viva en esta zona del Litoral. Al menos 70 embarcaciones integran la Asociación Fluvial Santa Ana, que conecta a los agricultores y a las familias montuvias con la cabecera cantonal de Samborondón.

Luis Cruz y su hermano Paulino son canoeros. Heredaron el oficio de su padre, don Saturnino. “Yo navego desde los 12 años -recuerda Luis-. Antes solo había balsas; y después, lanchas a canalete. Como no existía el puente de la Unidad Nacional, los viajes eran directo a Babahoyo y a Guayaquil”.

Ahora hacen fletes y paradas por los que cobran entre USD 0,50 y 2, según la distancia. Cuando los motores suenan en el muelle de los barquitos, en el malecón, se alistan para zarpar rumbo a La Victoria, El Chorrón, San Juan, Las Delicias, La Isla, San Miguel...
“La Angélica es la última parada, como a una hora de aquí -dice Paulino-. Cuando llueve, las carreteras del otro lado del río se dañan. Así que la gente solo sale en canoas”.

Antes de la llegada de los españoles, la extensa provincia del Guayas estuvo habitada por los huancavilcas y sus tribus de colonches, daulis, pimochas y más. Ellos dejaron su huella en la navegación, la pesca y la agricultura, hasta hoy.

Antes de que salga el sol, el muelle se llena de colorido. Voluntad de Dios, Niña Heidy, Rey David, Tres Hermanos y otras más, aguardan a los pasajeros desde antes de las 06:00. Van y vienen repletas con estudiantes, familias y trabajadores; cargadas con los mangos de la última cosecha, quintales de arroz, pescados y conchas.

Al mediodía, los concheros llegan agotados desde Pimocha, en la provincia de Los Ríos. “Desde allá traemos la buena almeja. Esta se va para Quito”, cuenta William Yulán.

Y como no hay auto sin mecánico, los astilleros también sobreviven en Samborondón. Este oficio es reconocido desde antes de la Colonia; hoy, cuatro familias aún crean barcas con guachapelí y samán.

Los martillazos resuenan en el recinto Villa Mercedes 1. Como si fuese un rompecabezas, Dagoberto Rodríguez forma una canoa. “Tenía 11 años cuando hice la primera”. Desde entonces no ha parado.

Al surcar el río Babahoyo, sus orillas cobran el tono cobrizo del arroz maduro. Este cantón concentra unas 21 000 hectáreas de arrozales que por estos días dan su última cosecha, antes de que las lluvias sean más intensas.

Algunas lanchas tienen la fortaleza de un camión y pueden soportar 45 quintales de arroz o más. Las sacas llegan a los muelles y desde ahí, en camiones, son trasladadas a las piladoras cercanas.

El agricultor Hermenegildo Cabrera madruga para tomar el primer flete del día que lo llevará a La Palma, a 20 minutos de la cabecera cantonal. Va armado con su machete y un sombrero de paja, listo para el jornal. “Antes solo nos movíamos en canoas. Ha pasado el tiempo y eso no cambia tanto”.

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