Las fiestas del Inti Raymi o fiesta del sol tienen especial significado para las comunidades indígenas, no solo de Ecuador, sino del área andina, y coinciden con el llamado solsticio de verano del 21 de junio.
Estas fiestas “ son esperadas con ansia por los indios de toda esta gran comarca que creen ver al sol llegar a sus casas para animarles y darles vida, recordándoles que es su dios y padre, por lo que no respetan prohibiciones, ni castigos de ninguna naturaleza (…) Bailan, comen, se emborrachan y son felices sin importarles nada en lo absoluto (…) tienen la creencia que (serán castigados) si no bailan durante los nueve días antes de la llegada de san Pedro, tiempo en el que el sol camina por el cielo, por lo que los naturales deben acompañarle en su viaje danzando y ofreciendo regalos consistente en comidas, flores, dulces y animales, sobre todo cuyes y otros agrados.(…) El sol mira a los que le acompañan en su viaje y los premia con buenas cosechas, dando armonía en el sitio, nacimientos de niños sanos, agua y generoso tiempo para sus cultivos, caso contrario las cosechas se perderán, sus mujeres morirán de parto, habrá permanente presencia del cuyche, llamado también cuyurumi, dará mal de ojo y puñetes en la
cabeza y numerosos azotes a los necios por no danzar a través del aparecimiento de granos en todas partes de sus cuerpos. También la cuchavira bajará de los montes para asomarse en las esquinas de los chaquiñanes y castigar a los desobedientes. Llegarán calamidades, enfermedades y muertes. También sequías y mil pestes solo por no festejar y alegrarse durante esos ocho días….” (Fray Teófilo de Toledo, Las supersticiones de los naturales, Lima, 1710, p. 76)
Estas y otras narraciones fueron recogidas por el obispo de Ibarra, Silvio Luis Haro Alvear (15 de diciembre de 1904-28 de mayo de 1983, uno de los historiadores ecuatorianos más notables del siglo XX. Se dedicó con especial énfasis al campo de la arqueología y la etnohistoria, particularmente de la región norte del Ecuador. Sin embargo, sus valiosos estudios son casi desconocidos por las actuales generaciones de historiadores nacionales.
Haro Alvear dejó en el archivo de la Diócesis de Ibarra, en la cual fue obispo entre 1955 y 1980, valiosos documentos sobre la cosmovisión andina, algunos de los cuales fueron publicados en uno de sus libros, ‘Mitos y cultos del Reino de Quito’, Quito, Editora Nacional, 1980, editado por orden del gobierno de Jaime Roldós Aguilera. Los datos también fueron difundidos en el Boletín Nos. 139-140 de la Academia Nacional de Historia, 1983.
De entre sus papeles originales sobresale un material en donde refiere las características de los templos dedicados al sol ubicados a lo largo del Reino de Quito, que no logró difundir por su fallecimiento. Así se menciona en una nota marginal registrada en la libreta de apuntes del prelado escrita por el presbítero Miguel Flores, que señala: “Estos últimos y valioso datos el señor Obispo no alcanzó a publicar por su muerte ocurrida en mayo de 1983…” (Archivo de la Curia Diocesana de Ibarra. Gobierno de Mons. Silvio Luis Haro Alvear. Apuntes y varios, cuaderno No. 5)
Sobre el Panecillo, su ubicación geográfica y su sentido ceremonial, el P. Juan de Velasco en su obra ‘Historia del Reino de Quito’, (Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1996, pp. 140.141, anota: “El (templo) del sol ocupaba el pequeño plan de la cumbre (del montículo). Era de figura cuadrada, todo de piedra labrada con bastante perfección, con cubierta piramidal y con una gran puerta al oriente, por donde herían los primeros rayos del sol a su imagen representada en oro. No tenía particulares riquezas ni adornos, a excepción de los vasos que servían en los sacrificios; porque no habiendo unido los Scyris, como los Incas el sacerdocio con el Imperio, nunca se empeñaron en el esplendor y magnificencia para el culto de sus dioses.
“Fue no obstante muy célebre este templo por sus observaciones astronómicas a que eran aficionados sus reyes. Se reducían estos a dos bien fabricadas columnas, a los dos lados de la gran puerta, las cuales eran perfectos gnómones para observar los dos solsticios, en los cuales se hacía las dos fiestas principales del año. En contorno de la plaza del templo, estaban otras 12 pequeñas columnas, o postes de piedra, que indicaban los meses del año y cada uno señalaba, con la sombra, el principio de mes que le correspondía: todos sus sacrificios fueron inocentes, reduciéndose a perfumes de resinas, flores, frutos y algunos animales de aquellas especies que eran el ordinario sustento de los hombres. El templo fue magníficamente reedificado por Huayna Cápac y las columnas permanecieron intactas, hasta la entrada de los españoles, quienes las deshicieron por buscar tesoros que juzgaban escondidos y por aprovechar las piedras labradas en otros edificios”.
Javier Gomez jurado apunta: “El Yavirac (Panecillo) se halla a una altura de 2995 msnm, y algunos geólogos lo consideran como un volcán parásito del Rucu Pichincha, puesto que dicho monte exhibe lavas de andesita anfibólico-pyroxénica- que es una roca magmática- recubierto de toba volcánica eólica (cangahua) del período geológico denominado tercer interglacial” (El Panecillo en la historia, Quito PPL Impresores, 2016, p19)
Fray Venancio de Olmos, fraile agustino, que en 1610 se hallaba de paso por Quito, viajando de Lima a Pasto, expresa. “(…) por orden de mi prior debí atender a un enfermo en los cantos de la Vera Cruz a la salida de esta (ciudad) camino a la Villa, cuando me topé con una multitud de indios que, según supe, provenían de los pueblos de Pomasqui, Cotoco (Cotocollao) y otros más, disfrazados de mil maneras que gritaban alborozados, bailando y bebiendo con abundancia sin que haya poder humano que los detenga. En sus correrías buscaban llegar al cerro que llaman Yavira, que en lengua de ellos es barriga de agua y se localiza al austro de Quito.
“En este montículo que tiene una curiosa forma de ombligo, a partir del 24 de junio, día del nacimiento de Ntro. Smo. P. San Juan Bautista, los indios bailan en la planada del dicho cerro y con ansia esperan las doce del día porque dicen que ese momento pueden ver la cara al sol que pasa saludándoles y agradeciéndoles por sus danzas y homenajes. Ellos creen que el sol se detiene una hora en la mitad del cerro sentándose en las ruinas de unas pirámides antiguas que fue parte de un adoratorio.
“De aquí sale para dirigirse al cerro llamado Uya-chul (Calacalí) y después a Cochaqui (Cochasquí) en donde le esperan para beber chicha y danzar hasta cuando se canse para seguir su viaje a Puntique (Puntiachil-Cayambe) y terminar en la laguna de Imbacocha ( San Pablo) para disfrutar por las fiestas de San Pedro. Estos bailes son sagrados dando inicio en el cerro Yavira que es el más sagrado de todos por hallarse en la ciudad antigua de sus padres”. (Archivo de la Curia Diocesana de Quito. Viajes y viajeros, 1600-1690. Carpeta No. 10)
Sin lugar a dudas, el espíritu del sol vive y se mantiene en nuestras comunidades indígenas que, a pesar del tiempo y las duras circunstancias actuales, mantienen sus creencias y tradiciones, razón por la cual a lo largo de la Sierra ecuatoriana celebran con entusiasmo la fiesta del Inty Raimi.
*Doctor en Antropología. Autor de varios libros sobre cultura ecuatoriana.