La soledad no elegida, a diferencia de la soledad voluntaria, es una condición que causa malestar en quien la sufre. No está relacionada necesariamente con la cantidad de contactos sociales, sino con la percepción de insuficiencia o baja intensidad de estas interacciones.
Una persona puede estar rodeada de gente y aún sentirse sola. Esta forma de soledad, especialmente cuando se extiende en el tiempo, puede tener efectos devastadores tanto en la salud mental como física de las personas.
Impacto en la salud mental
La soledad no elegida está estrechamente ligada a problemas de salud mental. Javier Tubío Ordóñez, doctor en gerontología clínica y máster de neuropsicología y educación de la UNIR, afirma: “La soledad no deseada incrementa el riesgo de padecer depresión o de ideación suicida”.
Este problema es prevalente en todas las edades, pero es especialmente preocupante en personas mayores, ya que se ha demostrado que la soledad crónica aumenta significativamente el riesgo de deterioro cognitivo y demencia.
Tubío explica que “las personas mayores solteras que viven solas tienen hasta un 40% más de riesgo de padecer deterioro cognitivo o demencia”.
Además, Vanessa Guadalupe Rodríguez Villalpando, docente en la UISEK, destaca que en personas jóvenes y adultas, la soledad puede llevar a “una percepción disminuida del sí mismo, sensaciones de ‘no pertenecer’, síntomas de ansiedad y depresión”. Este sentimiento puede llegar al punto de la ideación o intentos suicidas.
Efectos físicos de la soledad no elegida
La soledad no elegida también tiene un impacto considerable en la salud física. Rodríguez Villalpando menciona que esta condición “tiene implicaciones relevantes para nuestra salud física en correlación con enfermedades cardiovasculares, inmunitarias, deterioro cognitivo y hábitos de sedentarismo”.
Las personas solitarias tienden a involucrarse menos en actividades físicas, tienen una menor preocupación por el autocuidado y son más propensas a desarrollar hábitos poco saludables, como el consumo excesivo de alcohol o una mala alimentación.
Aunque la soledad no elegida puede afectar a cualquier persona, existen grupos más vulnerables. Rodríguez Villalpando subraya que “nadie está exento de padecerla”, pero se considera que las personas mayores, con bajos ingresos y que viven en zonas urbanas tienen un mayor riesgo de sufrir soledad crónica. Según Tubío, “el 20% de la población refiere sufrir soledad no deseada, siendo más frecuente en mujeres que en hombres”.
Depresión y ansiedad son causa y efecto
La soledad no elegida puede ser causada por diversos factores. Los problemas de salud mental, como la depresión y la ansiedad, son tanto una causa como una consecuencia de la soledad.
Además, el nivel educativo y los ingresos económicos también influyen, siendo las personas desempleadas más propensas a experimentar soledad.
La pandemia de COVID-19 exacerbó esta situación y aumentó el aislamiento social y los sentimientos de soledad en muchas personas. Rodríguez Villalpando señala que “la pandemia desencadenó el incremento en las cifras de síntomas relacionados con la ansiedad, la depresión y fobias sociales”.
Combate a la soledad
Para abordar la soledad no elegida, es crucial fomentar la cohesión social y la participación comunitaria. Tubío sugiere que las personas se involucren en actividades comunitarias, como deportes, talleres y voluntariado.
Rodríguez Villalpando enfatiza la importancia de “formar tejidos sociales”, entendidos como la vinculación cercana entre personas en distintos espacios que favorezcan la unión y la sensación de pertenencia.
Además, las políticas públicas deben centrarse en mantener y promover centros sociales y programas de acompañamiento. Dice CNN que la OMS reconoció la soledad como una prioridad sanitaria mundial, y algunos países ya han empezado a tratarla como un problema de Estado.
En el ámbito comunitario, la colaboración y el apoyo mutuo son esenciales para mitigar los efectos de la soledad no elegida y mejorar el bienestar de las personas.