La venta de la bandera: 1894-95

El buque chileno ‘Esmeralda’ utilizó temporalmente la bandera ecuatoriana para ser vendido al Japón.

A finales de 1894 se publicó en El Diario de Avisos de Guayaquil -después El Telégrafo- la denuncia de que el Gobierno ecuatoriano había intermediado en la compraventa del buque de la Armada chilena “Esmeralda” al imperio del Japón, a fin de preservar la proclamada neutralidad de Chile en la guerra sino-japonesa que se libraba en Oriente Extremo.
El exdictador Ignacio de Veintimilla, exiliado en Santiago desde su derrocamiento en 1883, había tenido acceso a la información reservada y la envió al periodista liberal de oposición Antonio Lapierre, cuñado de su sobrina Marietta, la célebre “Generalita”.
Gobernaba el presidente Luis Cordero, un hombre respetado y de prestigio aunque de débil carácter, que representaba la continuidad de los regímenes neoconservadores “progresistas”, que se habían instaurado luego de la caída de Veintimilla. Y aunque tal objetivo se había logrado en coalición con los liberales, los habían apartado del poder, lo cual dio lugar a una sucesión de revueltas.
El país había recobrado la paz pero se mantenía una tensión subyacente por las transformaciones postergadas; asimismo, por el malestar generado debido a las frecuentes denuncias de corrupción que involucraban a la denominada “Argolla”, cuya figura emblemática era el expresidente José María Plácido Caamaño, que se desempeñaba como gobernador del Guayas.
Ante la alerta a ‘sotto voce’ de Lapierre, sucedió que el joven liberal Alberto Reina, empleado de la oficina del Cable, sustrajo copia de telegramas cifrados enviados a Caamaño por el cónsul de Ecuador en Nueva York, Modesto Solórzano, que fueron decodificados por el director de El Diario de Avisos, José Abel Castillo.
El primero contenía la propuesta oficial de compraventa del Gobierno chileno, a través de un tal Flint que mantenía, según era conocido, estrechas relaciones comerciales con parientes de Caamaño; el segundo era más comprometedor aún: “Traduzca con mucho cuidado. Flint ofrece dos mil doscientas libras (esterlinas) en privado para nosotros. Procure conseguir resultado favorable”.
Caamaño había promovido la transacción que suponía el préstamo de la bandera, como un servicio a Chile que luego sería retribuido con apoyo militar ante un eventual conflicto con el Perú.
Cordero, crédulo, accedió al requerimiento de Caamaño, tal como lo expresa mediante un telegrama: “Estamos de acuerdo con que se le preste a Chile el servicio que desea pero hay que buscar una forma decente de prestárselo”. A renglón seguido ingenuamente disponía instruir al cónsul de Ecuador en Valparaíso, Luis A. Noguera, para que el buque “Esmeralda” haga un viaje de ensayo a Honolulu y que se pueda establecer si sus condiciones marineras eran adecuadas para las costas y ríos de Ecuador.
El Diario de Avisos, secundado por la prensa liberal e incluso por la de tendencia conservadora, exigió una explicación pública a Cordero sobre la “venta de la bandera”; pero la respuesta fue no había nada deshonroso en tal proceder. Entonces estalló la crisis.
Un grupo de prestantes ciudadanos guayaquileños, que incluía a Pedro Carbo (quien fallecería a los pocos días), José Luis Tamayo, Felicísimo López, entre otros, convocó a una asamblea cívica para designar un Comité de Investigación.
La poblada salió a las calles al grito de ¡Viva Alfaro! ¡Abajo la Argolla!, y cercó amenazante la residencia de Caamaño.
Cordero volvió a pronunciarse asustado: “(...) podemos asegurar (...) que el procedimiento del Gobierno tiende a aumentar nuestros elementos de seguridad (nacional) para lo futuro (...) entendiéndose que si algún agente del Gobierno ha cometido alguna infidencia o falta (...) ha de ser castigado de la manera más pronta y enérgica”.
El Comité le respondió que el mundo entero estaba informado de que Chile había vendido al Ecuador el buque “Esmeralda” por 220 mil libras esterlinas, que a su vez había sido comprado por el Japón, según contrato suscrito por el cónsul ecuatoriano en Nueva York, en 300 mil libras; si el Gobierno aseguraba no haber obtenido provecho pecuniario alguno, preguntaba: ¿quién se benefició de las 80 mil libras de diferencia?
Expuesto a ataques cada vez más intensos que ya sugerían su renuncia de la Presidencia, Cordero telegrafió al cónsul de Valparaíso ordenándole gestionar ante el Gobierno chileno la anulación del acuerdo; pero era demasiado tarde. El “Esmeralda” había sido recibido con inventario y despachado con el pabellón nacional izado rumbo a Yokohama; durante la travesía se lo reemplazaría por la bandera de Japón.
En Guayaquil, espontáneas manifestaciones al grito de ¡Abajo Caamaño! ¡Mueran los ladrones! ¡Traidores!, no daban tregua; ante la presión, en enero de 1895, el gobernador del Guayas se vio obligado a renunciar.
Sabiendo que la seguridad suya y de su familia corría peligro, Caamaño optó por viajar sigilosamente al extranjero, de donde jamás volvería.
En febrero la Revolución Liberal fue proclamada en Milagro por Pedro Montero, Enrique Valdez, Pedro Concha y otros jóvenes liberales; en cuestión de días se sumaron Daule y también Santa Lucía.
Mientras tanto, en la Sierra, Latacunga fue atacada por un grupo rebelde encabezado por Julio Andrade y Emilio María Terán, que al ser rechazado logró replegarse y rendir Guaranda. La consigna era proclamar jefe supremo a Eloy Alfaro, quien seguía los acontecimientos desde León, Nicaragua.
En abril, la sublevación de la “Columna Flores”, en Quito, con apoyo popular, obligó al ministro de Guerra, general José Sarasti, a sacar a las calles a unidades leales para reprimir el alzamiento a sangre y fuego. Y aunque el orden quedó restablecido, Cordero presentó su renuncia irrevocable. Se encargó del poder el anciano vicepresidente Vicente Lucio Salazar, quien convocó a elecciones presidenciales anticipadas para el 20 de junio. Los conservadores pretendían promover la candidatura de su jefe, Camilo Ponce.
Desembarcado en Manabí el comandante Plutarco Bowen, enviado desde Centroamérica por Alfaro, dirigió una partida para tomar Babahoyo; al tiempo se capturaba Alausí, con lo cual el gobierno seccional de Guayaquil quedó aislado.
El 4 junio, la juventud liberal guayaquileña se tomó las calles a punta de fusil y bala, produciéndose una refriega con partidas del ejército oficialista. Ante la insostenible situación, el general Flores, siguiendo el consejo del gobernador Rafael Pólit, un respetado conservador, convocó a una junta de notables para entregar la ciudad.
Encargada la jefatura civil y militar a Ignacio Robles, reunió al día siguiente a dicha junta para la histórica proclama de la Revolución Liberal. Con la firma de un centenar de prestantes ciudadanos, a más de 15 784 firmas del pueblo llano, se desconoció la Constitución de 1883 y al gobierno de Quito, presidido por Salazar. A la vez, se designó a Alfaro como jefe supremo y del Ejército Nacional.
Llegado el 18 de junio, el ‘Viejo Luchador’ emitió un bando al pueblo guayaquileño: “…el país se encuentra abrumado por el régimen de la teocracia que lo ha llenado de ignominia, y desea instituciones liberales que favorezcan su desarrollo moral y material, y una administración honrada que dé garantías a los partidos doctrinarios en sus luchas civilizadoras en el campo de la ideas”.
De esta forma, la senda de la transformación liberal, que no pudo tener continuidad después de la revolución del 6 de marzo de 1845, fue retomada para dar inicio al cambio de época pendiente.