En el programa educativo Fundación Malecón 2000 se enseña a los jóvenes sobre la importancia de reciclar y su proceso técnico. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO.
Nunca han viajado a las islas Galápagos pero esa tarde descubrieron más de lo que muchos turistas han experimentado en el archipiélago. Vieron de cerca la coordinada danza de los pinzones de Nasca, navegaron junto a un tiburón ballena y se sumergieron en las cuevas volcánicas para conocer a los más extraños insectos.
80 estudiantes de la Unidad Educativa Batalla de Jambelí cambiaron por un día sus pupitres por las cómodas butacas del Cinemamalecón, ubicado en el Malecón 2 000 de Guayaquil. Atentos, con sus cuadernos de apuntes frente a la pantalla curva, disfrutaron del documental Galápagos 3D, de David Attenborough.
La proyección es parte del Programa Educativo de la Fundación Malecón 2 000, que promueve la experiencia del aprendizaje fuera del aula. Cada año, desde el 2007, reciben a cerca de 100 000 estudiantes; más de 55 000 de ellos son de escasos recursos e ingresan gratuitamente. Este circuito educativo empieza con el documental, continúa con la visita a una planta de reciclaje y finaliza en el museo miniatura Guayaquil en la historia.
“Los chicos salen del estrés de las clases y descubren una forma entretenida de aprender. Es el aula de clases más divertida”, afirma Martha Defilippi, coordinadora del programa.
Y el aprendizaje no termina aquí. La gerenta del programa, Lorena Baque, explica que diseñaron guías prácticas con información del recorrido. Los folletos son entregados a los docentes para que las utilicen en sus clases de Estudios Sociales, Ciencias e Historia.
Para el maestro Ricardo Reyes, las visitas escolares facilitan la asimilación de conocimientos. “Es un aprendizaje más significativo. Al ser una experiencia vivencial, resulta más efectiva que sentarlos a solo leer los libros”.
Sus alumnos Brian Torres y Jefferson Santana, de primero de Bachillerato, son una muestra. Brian llenó algunas hojas de su cuaderno con prácticos consejos de reciclaje. Y Jefferson hizo fotos y videos, con su celular, de los 14 dioramas del museo en miniatura.
Las visitas de campo no solo representan recreación y un escape de la rutina del salón de clases. “Es un aprendizaje de campo, práctico, que da rienda suelta a la creatividad de los chicos, que fomenta el análisis, la observación y favorece a las relaciones interpersonales entre los compañeros”, explica la psicóloga educativa Jenny Alvarado.
Sin embargo, la especialista puntualiza que estas visitas deben ser planificadas con anticipación. Y que el maestro debe contar con una hoja de ruta, según los contenidos que quiera transmitir a su grupo.
Antes de visitar el Parque Histórico Guayaquil, la maestra María Fernández, de segundo año de Educación Básica, dio algunas clases sobre lo que encontrarían en este lugar a sus alumnos de la Unidad Educativa Constelación del Sur.
El viernes pasado, unos 100 pequeños, acompañados por padres y educadores, pudieron ver en directo algunos de los animales típicos de la Costa de los que su maestra les había hablado.
También ingresaron a las casonas del Guayaquil de inicios del siglo XX y visitaron una casa de campo, donde aprendieron las costumbres montubias con el compadre Fortunato, un divertido actor que cautiva a los visitantes con coplas y amorfinos.
Ciencias naturales, medioambiente, historia de la antigua provincia de Guayaquil son temas que los estudiantes de escuelas, colegios e incluso universidades pueden repasar al recorrer las 8 hectáreas del Parque Histórico Guayaquil.
Ubicado en el cantón Samborondón, este museo al aire libre
recibe entre 500 y 600 alumnos cada día, gratuitamente y previa una reservación.10 guías del lugar están preparados para responder todas las respuestas a lo largo del paseo, que toma una hora y media.
Edith Lecaro es parte de ellos. Explica que la ruta de aprendizaje se divide en tres áreas: la zona de vida silvestre, con 97 especies de plantas y 56 de animales; la zona urbano-arquitectónica, con cuatro antiguas casonas porteñas; y la zona de tradiciones, donde revive el agro costeño de fines del siglo XIX.
Joe, de 7 años, disfrutó conocer más sobre los grandes y fuertes cocodrilos de la Costa. Y Abigaíl, de 5 años, sonrío cuando pudo escuchar el silbido de Alexa, una lora lilacina frentirroja.
“El aprendizaje es directo. Los pequeños captaron todo lo explicado y demostrado, mejor que en las clases frente a la pizarra”, recalca la maestra Fernández.