En las zonas rurales, los voluntarios de Heifer ayudan en campañas sobre agroecología o en investigación para mejorar la producción en los cultivos. Foto:Cortesía Heifer.
Cada año, en todo el mundo, cerca de 1 300 millones de toneladas de alimentos se desperdician o estropean. Esta realidad alarma a personas como Patricia Sánchez de Sereni, una de las voluntarias del Banco de Alimentos Diakonía (BAD).
Esta institución que lucha contra el hambre en Guayaquil y que ayuda a cerca de 15 000 habitantes del Puerto, con comida que se distribuye gratuitamente en comedores comunitarios, escuelas, fundaciones y parroquias de la ciudad.
Para Patricia, lo fundamental de estos proyectos es entender que quienes carecen de comida no pueden visualizar una realidad mejor para sí mismos y sus familias. “El hambre crea necesidades que requieren suplirse inmediatamente”.
Así quedan proyectos a largo plazo como la formación académica o la búsqueda de un trabajo digno con la finalidad de llenar el estómago por unas cuantas horas.
En el Día Mundial de la Alimentación -que se celebra hoy (16 de octubre de 2015)- este tipo de realidades toman un matiz especial. Para Susy Pinos, gerenta de Programas de la Fundación Heifer Internacional, no es comprensible que en países como Ecuador, con la riqueza de sus tierras, existan problemas en materia de nutrición. Y, sobre todo, ella se sorprende de que esta situación se concentre en la población campesina, la cual constituye el primer eslabón en la cadena de producción de alimentos en el país.
Es por ello que Heifer -con la ayuda de voluntarios que, entre otros frentes, llegan a los campos a desarrollar investigaciones para mejorar cultivos– intenta desarrollar una cadena de producción de los alimentos que abastezca tanto a las urbes como a las poblaciones locales. Con ello se tienen campesinos que no solo logran subsistir con sus trabajos sino que aprovechan realmente los nutrientes de sus cosechas.
En el marco del Día Mundial de la Alimentación, dos instituciones cuentan cómo realizan sus proyectos para reducir el hambre en el planeta. Fotos: Archivo/ EL COMERCIO.
Al igual que Susy, Patricia siente que la sociedad tiene una gran deuda con los sectores más vulnerables del país. Para ella es incomprensible que los alimentos terminen en la basura, cuando estos aún pueden aportar al desarrollo de niños, jóvenes y adultos. “Me conmueve el tema del hambre. Llevar comida al hambriento es llevar esperanza”.
Y esa esperanza es la que transmite a las docenas de voluntarios y de empresas benefactoras que día a día colaboran con el BAD. Personas que se encargan de procesos como la recolección de vegetales, granos, enlatados y demás, o que bien se reúnen en las oficinas de la institución para clasificar y armar los paquetes alimenticios que posteriormente serán distribuidos por toda la ciudad.
Pero este tipo de tareas no se sustentan a largo plazo sin la ayuda continua de los colaboradores. Es por ello que Rosa Rodríguez, directora de Heifer en Ecuador, explica que los voluntarios que con ellos trabajan en torno a la soberanía alimentaria lo hacen por no menos de seis meses.
Solo de este modo la experiencia del hambre, la nutrición y la solidaridad deja su estatus de experiencia de fin de semana a una situación realmente viva para estas personas que quieren apoyar en sus proyectos.
Susy, Patricia y Rosa coinciden en un punto: la alimentación es clave para pensar un nuevo modelo social. Insertarse en voluntariado en torno a esta cuestión es para ellas, a la postre, una manera de moldear un mejor futuro para todos quienes habitan en el país. Y esto implica acciones tan sencillas y cotidianas como no desperdiciar la comida en casa o apoyar con alimentos a este tipo de instituciones.