“Los médicos son el cerebro de un hospital y las enfermeras somos el corazón, sin corazón un hospital no andaría”, con esta frase Belén Chumanía recuerda que cada 12 de mayo se conmemora su Día Internacional.
Para la enfermera de 33 años, el tiempo que lleva ejerciendo su profesión ha sido un constante aprendizaje, una experiencia enriquecedora que la ha fortalecido como madre, hija, hermana, tía.
Su padre, quien padecía párkinson, fue su motivación para estudiar la carrera. Recuerda que primero estaba en obstetricia pero al ver cómo la enfermedad lo consumía se decidió por enfermería, para cuidar de él.
“Me di cuenta de que mi papá necesitaba un cuidado más personalizado que un médico no le podía dar. Las enfermeras estamos más cerca del paciente y eso me motivó a cambiarme de carrera”, dice Belén.
Continuo aprendizaje
Aunque muchas personas le han dicho a Nora Bustillos, coordinadora de enfermería del Hospital del Día del IESS de Sangolquí, que la labor de una enfermera es sacrificada, ella no lo considera así.
Eso sí, afirma, requiere de mucha responsabilidad, compromiso, cariño, empatía con el paciente y sobre todo ética profesional.
El paciente siempre será su prioridad. Por ello para Bustillos es indispensable estar en continuo autoaprendizaje y estar al día con los avances en cuanto a medicina y así brindar los cuidados adecuados.
Una meta cumplida
Verónica Calvopiña tampoco considera sacrificada su profesión, aunque sí reconoce que hay momentos duros, historias que calan el alma y que la hacen valorar más la vida.
Recuerda que desde pequeña sabía que quería ser enfermera. Sus muñecos eran los pacientes que cuidaba y curaba. Con el apoyo de sus padres, Verónica cumplió su objetivo.
El trabajo en pandemia
De todos los años ejerciendo la profesión, Belén, Nora y Verónica coinciden en que la pandemia del covid-19 fue la época más compleja que han enfrentado.
Bustillos menciona que al tratarse de una enfermedad nueva, desconocida hace dos años, un reto que se presentó fue el cómo cuidar de los pacientes infectados con el virus. Su guía era lo que ocurría en otros países, en el extranjero.
“Hubo mucho estrés y varios compañeros perdieron la vida”, dice Nora.
Lejos de la familia
Para Verónica fue difícil separarse de su hija, que en ese entonces tenía nueve años. Debido a que estaba en contacto directo con personas covid tuvo que aislarse en su casa durante dos meses.
En ese tiempo su hija fue a la casa de sus abuelos y se mantenían en contacto por videollamada.
Llegar al hospital en los momentos más críticos de la emergencia sanitaria se convirtió en un camino cuesta arriba. Verónica menciona que había pacientes que no tenían familiares y se morían solos en cuidados intensivos.
Por un lado, ver esa situación a diario la hacía más fuerte, pero también más débil porque aunque no era su familiar, el dolor la invadía.
Nervios, ansiedad, miedo a lo desconocido son las palabras que le vienen a la mente a Belén cuando habla de la pandemia. Su grupo fue el primero en hacer una guardia de 24 horas y recuerda que el hospital no daba abasto, había pacientes por todos lados.
“Todos sentíamos miedo pero no lo podíamos trasmitirlo a los pacientes, debíamos mostrarnos tranquilas”, dice.
Para combatir ese sentimiento, el personal médico se reunía, lloraba, se abrazaba, se desahogaba y eso les daba fuerza para seguir con las largas jornadas.
A pesar de las circunstancias adversas que han enfrentado, el amor, la vocación y entrega al cuidado de los pacientes son cualidades que no se agotan en Nora, Verónica, Belén y todo el personal de enfermería que este 12 de mayo conmemora su Día Internacional.