Fotografía del 4 de mayo del 2016, que muestra a soldados rusos en la base aérea de Hmeymim (Siria). Fotos: Sergéi Chirikov / EFE
En octubre del 2015, tras pocas semanas del anuncio de la intervención de Moscú en el conflicto sirio, el filósofo francés Bernard-Henri Lévi escribió, en una de sus columnas, que el presidente ruso Vladimir Putin es un ‘imperialista de la vieja escuela’. En medio de las críticas de Occidente, debido a la anexión de Crimea y a su apoyo a los separatistas prorrusos del este de Ucrania, encontró en el envío de sus tropas a Damasco un potente elemento distractor.
Pero luego de que el 11 de diciembre Putin anunciara que “una parte importante” de las tropas de Rusia empezará a retirarse de Siria, quedó demostrado que su estrategia iba mucho más allá. De un aislamiento diplomático desencadenado por su apoyo a las fuerzas de Bashar Al-Asad, pasó a convertirse en el mediador estrella en un conflicto que desde aquel 15 de marzo del 2011 ya ha dejado más de 346 000 muertos y por lo menos 12 millones de desplazados.
Una vez que se ha proclamado la “liberación total” del territorio sirio controlado por el grupo yihadista Estado Islámico (EI), el desafío de la intervención extranjera consiste en conciliar posiciones entre el régimen de Al-Asad y los rebeldes. Se trata de una labor que se ha tornado en un laberinto sin salida para el enviado especial de la ONU, Staffan de Mistura, quien ha organizado siete ciclos de negociaciones en Ginebra desde el 2016, sin alcanzar resultados significativos. Incluso se ha ganado múltiples críticas por haber instado a Putin a convencer a su homólogo de Damasco de ceder en el obstáculo más insalvable en los intentos de diálogo: la convocatoria a elecciones.
El Gobierno se ha mostrado dispuesto a que se celebren comicios bajo supervisión de la ONU, pero todo se bloquea en torno a lo que pasará con el actual Presidente: la oposición reclama su partida y el otro lado rechaza abordar el tema.
Ante este escenario, a Naciones Unidas no le quedó de otra que prolongar hasta el 10 de enero del 2019 la resolución que autoriza la entrega de ayuda humanitaria a poblaciones en las zonas rebeldes. Se benefician solamente tres de los 13 millones de personas que necesitan este tipo de auxilios, que llegan a través de las fronteras sin necesidad de autorización alguna del Gobierno.
Buscando alejarse del membrete de ‘intervencionista de larga data’ que ha criticado anteriormente, como en el caso de las misiones estadounidenses en Afganistán e Iraq, Rusia parecería buscar una mayor participación, por la vía diplomática, en conflictos internacionales. Así se explica el rol activo de su jefe de la Diplomacia, Sergéi Lavrov, en la más reciente ronda de conversaciones sobre este conflicto, celebrada esta semana en Astaná (Kazajstán).
Mientras el objetivo central de esta reunión pasaba, según el reporte de la agencia France Presse, por asuntos técnicos y militares (zonas de distensión, presos, ayuda humanitaria) Lavrov se animó a ir más allá y se enfocó en avances políticos.
El protagonista de su plan para la posguerra es el proyecto de un ‘Congreso de los pueblos de Siria’, que podría celebrarse en la ciudad rusa de Sochi, a orillas del Mar Negro. Sería una reunión de 30 fuerzas políticas de ese país, de todas las tendencias, aunque todavía está en el aire si en las mismas estarían incluidos los kurdos. Por lo pronto, De Mistura no ha tomado posición al respecto y anunció que solicitará la opinión de su jefe, el secretario general de Naciones Unidas: Antonio Guterres.
Envuelto en la polémica mundial por su declaración respecto de Jerusalén como capital de Israel, la administración del presidente de EE.UU., Donald Trump, todavía no ha articulado su política sobre Siria. La única señal que ha dado este mes fue el anuncio de un futuro “ajuste” en el apoyo a las fuerzas kurdas y a la repatriación de 400 marines desplegados en la zona, luego del desmoronamiento del EI.
Este grupo, que se calcula constituye el 15% de la población siria, adquirió protagonismo por su participación en la lucha antiyihadista. Pero ahora teme que una total desvinculación estadounidense termine con una ofensiva desde Turquía, país que no vio con buenos ojos el aumento de su poder y de su autonomía durante esta guerra.
Terrorismo y elecciones
Sin embargo, este momento de esplendor en la escena internacional no libera a Rusia -ni a Putin- de una preocupación: los yihadistas se mueven de sitio tras sus derrotas.
Luego de que el EI ha perdido casi todo su territorio en Siria e Iraq, es de esperarse que muchos de sus milicianos llegados desde el extranjero vuelvan a sus países de origen para cumplir con la consigna de sus mensajes: “La yihad (guerra santa) no tiene fronteras, debes hacerla donde estés”.
Los servicios secretos rusos calculan que 2 900 yihadistas de su país -originarios, en su mayoría, de las inestables repúblicas musulmanas del Cáucaso- estuvieron luchando en esos dos países. Por eso temen su retorno durante el 2018, cuando la movilidad en el país aumente con motivo de la Copa Mundial de Fútbol.
Moscú no ha sido ajena a las amenazas del Daesh (por su acrónimo en árabe) y de Al Qaeda desde el inicio de su intervención militar en Siria. Y también ha sufrido ataques reivindicados por ambos grupos en los últimos meses, como el que causó 16 muertos y decenas de heridos el 3 de abril, en el metro de San Petersburgo.
Todo esto, sin contar que el 18 de marzo del próximo año Putin buscará un cuarto período como jefe del Kremlin. Y aunque las encuestas le dan una intención de voto que fluctúa entre el 75 y el 82%, su mayor desafío es convencer a sus compatriotas de salir a votar, ya que según el centro independiente de sondeos Leada, solo el 28% de la población está decidida a ir hasta los recintos.
La perspectiva de que el país ya no gastará los USD 2,5 millones por día, que representaba la operación de sus tropas en territorio sirio, mejora su imagen entre los votantes, que recién salieron de dos años de recesión económica, a causa de la caída de los precios del petróleo y de las sanciones occidentales con la consecuente caída del poder adquisitivo.
El 2018 será, sin duda, un año de protagonismo para Rusia en el ámbito deportivo y diplomático. ¿En cuál triunfará?