El poder sentir, en cuerpo y alma la sensación que te da el rock es único, inigualable e insuperable. El poder vivir y presenciar un concierto sea este en una casa barrial, en el teatro, en un bar o un gran festival, es sin duda una experiencia inolvidable.
El rock es una de las expresiones artísticas más importantes, que ha sido creado por hombres y mujeres que han sabido representar sentimientos y emociones de una manera tan particular que los han caracterizado a lo largo de la historia de la música.
Pero, como en cualquier expresión artística, el creador necesita mostrar su arte a espectadores, porque si no, el círculo no se cierra. No está claro que el espectador sea más importante que el artista, pero sí que sin el espectador, la creación artística no cumple su función. Me gusta pensar que todas y todos los que asistimos a un espectáculo formamos parte de él, que sin el merecido aplauso, el silbido y los gritos, el arte ni se haría ni se percibiría de la misma manera.
Aunque mucho antes se escuchaba el rock en Ecuador, es a partir de la década de los noventa que se empezó a crear un fuerte movimiento cultural, en donde convergen diferentes exponentes. Se lo consideró un espacio underground, una contracultura e incluso un movimiento social.
Presenciar el ritual que te genera el rock a través de un concierto es una experiencia muy particular y radica en la transformación del individuo en un ser auténtico, es el momento en el que las personas se transforman, mutan, cambian; expresando todo su sentir, fortaleciendo su autenticidad ante una sociedad cargada de prejuicios y estigmatizaciones, determinando la construcción de su identidad.
El rock es una ventana que abre posibilidades de encuentro. Creo yo que pocas situaciones me llevan a alcanzar la plenitud de no pensar en nada más que el presente; el poder disfrutar de bailar (mosh) en un gran grupo del que como muchos -conozco a un par de panas-, todas y todos terminamos siendo una gran familia a la que le gusta la misma música.
Este baile se convierte en un ritual como elemento central de la construcción de identidad, pero sobre todo como elemento necesario para legitimar la transformación de los individuos en seres roqueros. Este ritual es, ha sido y sigue siendo entonces, un poderoso artilugio humano creador de cultura y poderoso socializador. El estudio del movimiento del cuerpo como expresión social frente a este género musical es de lo que habla este relato visual.
Como toda familia tenemos elementos identitarios que caracterizan el género. Cabellos largos, crestas punk, chompas de cuero, brazaletes, tatuajes, cadenas y camisetas de todas las bandas favoritas son gustos casi imprescindibles de las personas que disfrutamos del género.
En realidad, es mucho más que un tema estético, tiene que ver con un estilo de vida, con la actitud con la que se enfrenta lo cotidiano.
En la actualidad somos muchas personas las que sentimos al rock como algo propio, un leal cómplice que está todos los días ahí. Es un camino para ser siempre uno mismo.
El movimiento roquero ecuatoriano llegó para quedarse. A través de los años ha ido evolucionando, tomando fuerza y hoy por hoy es uno de los movimientos más sólidos, totalmente incluyente, con la capacidad de unir generaciones, razas y culturas. Incluso hay quienes defienden que el rock va más allá de solo ser música, que es cultura, que es una forma de vida.
Biofotógrafo
Xavier Granja Cedeño
Con los ojos como cámara y la memoria como negativo, Xavier Granja Cedeño trabaja como investigador del lenguaje fotográfico. Es docente universitario y fotógrafo independiente por más de una década.
Dentro de su formación como fotógrafo obtiene su Maestría de Fotografía Documental y Periodística en EFTI (Escuela de Fotografía y Centro de la Imagen, Madrid – España) permitiéndole explorar nuevos mundos de aprendizaje y creación.
Además, realizó sus primeros estudios superiores en la Escuela Politécnica Naciona) graduándose de Ingeniero en Ciencias Económicas y Financieras. Obteniendo una formación complementaria en Gerencia en ONG de la Universidad Andina Simón Bolívar. Cursó una Diplomatura en Edición de Medios Impresos en la UTPL (Universidad Técnica Particular de Loja), evolucionando hacia el camino del fotoperiodismo y la comunicación audiovisual.
Como fotógrafo ha trabajado y colaborado para diferentes medios y agencias de prensa nacional e internacional.
Resaltando sus exposiciones nacionales e internacionales a nivel personal y en colectivo como: Más allá del tiempo…vida, Rostro humano a partir de los 60 y más, Sentimientos y realidades; participa con su obra personal en festivales como Photoespaña09, Fotodocumental, Quito Fest, Semana del Rock, Semana de La Metro y la IV Semana de la Fotografía / Fotómetro, etc.
En el área de la docencia, ha impartido importantes cursos, talleres y conferencias en varias instituciones universitarias tanto publicas como privadas. Actualmente es director y docente en la Escuela de Imagen y Fotografía del Instituto Metropolitano de Diseño.