La tierra se mueve cuando se camina sobre ella como si fuera de gelatina. Bajo unos 10 centímetros de arena hay residuos de petróleo que hacen blanda la superficie.
Una vara de madera de tres metros se hunde con facilidad. Al extraerla se observa, adherido, el crudo negro y espeso.
“Huele como a sudor de caballo (parecido al aceite quemado)”, dice Ángel Janeca, habitante de 23 años del sector La Primavera, en la provincia de Sucumbíos. Su padre es el dueño del terreno donde supuestamente la empresa estadounidense Chevron-Texaco dejó residuos de crudo.
“El sitio donde está usted parado era una piscina de desechos”, dice.
Janeca se arrepiente de haber adquirido las tierras. Dice que plantas como la de plátano no dan frutos y que solo la palma africana crece, con limitaciones. “En un año una hectárea de palma da 7 toneladas de fruto, cuando una hectárea que no fue contaminada da 15 toneladas”.
Janeca recuerda que en el 2000 un chivo se hundió en la piscina. “Lo sacamos, pero se le peló la piel y murió. Nosotros no vivimos cerca del área para evitar una enfermedad”.
Texaco operó en la Amazonía entre 1972 y 1990. Era el socio minoritario (37,5%) del ex consorcio CEPE, actual Petroecuador, que tenía el 62,5% del área concesionada.
Donald Moncayo, del Frente de Afectados de Texaco, asegura que cuando la petrolera dejó la zona, esta no hizo una remediación ambiental técnica. “El petróleo sigue en las fosas filtrándose y contaminando el agua. Solo pusieron tierra y aserrín sobre las piscinas de crudo”.
Chevron niega ser responsable. Dice que se trataron 162 de las 430 piscinas identificadas que es la cantidad proporcional a la participación con CEPE. Se invirtieron USD 40 millones.
James Craig, vocero oficial para América Latina de la petrolera, informó el viernes que el Gobierno ecuatoriano verificó la remediación en 1998 y no halló anomalías. “La compañía fue liberada de responsabilidad”.
En 1993, 76 personas que dijeron ser afectadas firmaron una demanda contra la empresa que se tramitó en EE.UU. El juicio duró hasta el 2001, cuando un Tribunal de Distrito de EE.UU. dijo que el caso no era de su jurisdicción.
Se abrió un nuevo juicio en la Corte de Nueva Loja, en Ecuador (ver cronología). Si los demandantes ganan el proceso en Ecuador, Chevron podría verse obligada a pagar USD 27 000 millones por daños ambientales.
El Frente de Afectados de Texaco organizó la semana pasada un recorrido por las zonas afectadas en Aguarico 4, Aguarico 5 y Sacha Norte 2, en Orellana y Sucumbíos.
En el sector de Erokanke vive Nico Soto, de 40 años. A él le diagnosticaron cáncer de pulmón hace tres años.
“No recuerdo en qué año, pero era cuando se pagaba en sucres. Cerca del pozo hubo un derrame de crudo y la petrolera contrató a jornaleros de la zona para limpiarlo”.
La mayoría, tentada por los sueldos altos, se zambulló en los ríos para recoger los desechos sin protección. “Nos daban guantes de caucho, pero no servían. Se derretían cuando lo exponíamos mucho tiempo al petróleo”, refiere Soto con voz pausada. Él ahora está postrado en una hamaca de tela, dentro de su pequeña vivienda de una planta.
Hace tres semanas fue operado en el hospital público de Baeza y le extrajeron un tumor. Se recupera, pero con dificultades. No puede comer o moverse por sí solo. Está conectado a sondas y luce delgado. Soto asegura que es por la exposición que tuvo al petróleo de la compañía.
En el libro ‘Las palabras de la selva’, de Carlos Martín Beristain, Darío Páez Rovira e Itziar Fernández, se dice que en el área de influencia petrolera de Orellana y Sucumbíos se registraron 306 casos de cáncer en el 2007.
Este aún es un subregistro, según los autores, porque no todos los afectados saben que tienen la enfermedad y fallecen antes de saberlo en las comunas lejanas.
Soto dice que tiene los documentos que demuestran su enfermedad y muestra su historia clínica. Allí se dice que la causa probable de su cáncer es la exposición a agentes tóxicos.
El director del área de Salud de la Universidad Andina Simón Bolívar, Jaime Breilh, dice que “en el área de explotación petrolera el riesgo de contraer cáncer es más alto que en otras por el grado de exposición”.
Wilmon Moreno, de 41años, asegura que contrajo cáncer a la piel por estar en contacto permanente con el agua del río Napo, en San Roque (Orellana).
Tiene el cuerpo lleno de llagas.
Es profesor de la única escuela fiscal del sitio, con 27 alumnos. Siete tienen deficiencia mental. Ha trabajado 16 años y tiene una pequeña casa cerca. Vive con sus dos hijos pequeños. “Ellos son los que me hacen ser fuerte y no rendirme, aunque a veces siento que soy una carga”
El vocero James Craig dice que los estudios presentados por los demandantes se hicieron con base en encuestas y que no representan una prueba sólida. “No son una evidencia de que alguien tenga alguna enfermedad o de que haya sido causada por una empresa”.
Ninguno de los afectados, agrega, ha presentado un diagnóstico médico ni un certificado de defunción para afirmar eso de Chevron durante el juicio.