Personas disfrutan de Pokémon Go en un parque de Tokio, Japón. Foto: Agencias
En la era de le hiperconectividad, la realidad inmediata (la natural, la que existe en medio de un bosque o que se erige en la jungla de cemento) ya no nos basta. Como sociedad 4.0 (el Banco Mundial afirma que ya vamos por una cuarta revolución industrial), estamos en una búsqueda constante de nuevas formas de entrar en contacto con aquello que nos rodea, con esos instrumentos que nos construyen como humanos y que, al mismo tiempo, nos deconstruyen como individuos.
Pokémon Go es, precisamente, uno de los primeros testimonios fehacientes de que nuestras sociedades están encarando un cambio sin precedentes. La propuesta del juego es la promesa de nuestros tiempos: utilizar un dispositivo para ver aquello que está restringido ante nuestros ojos. Queremos ver más allá; estar hiperconectados y sentirnos parte de algo que no es sensible pero sí ‘experimentable’.
Frente al malestar de nuestra época, ante el horror que deja la guerra y la desolación que supone estar inmersos en las grandes ciudades, Pokémon Go nos ofrece una alternativa: levanta tu teléfono y mira a tu alrededor, a lo mejor encuentres al ‘monstruo de bolsillo’ (Pocket Monster) que nunca lo palpaste pero que siempre lo anhelaste.
Como lo expresaría el historiador e intelectual español Alfonso Pinilla en un reciente artículo: “huimos de la realidad”. ¿Hacia dónde? Esa es, en sí, la principal interrogante. Pokémon Go está llevando a millones de niños, jóvenes y adultos a las calles, los está desapegando de las consolas y computadoras y devolviéndolos a espacios que eran antaño suyos: la calle, el parque, el mundo. Mas en este último parece ser donde fracasan; es ahí donde se los ve detrás de un Pokémon pero sin tener la más mínima idea qué hacer luego de capturarlo. ¿Acaso se puede huir fácilmente del Sahara cuando no se conoce su geografía?
A pesar de las críticas que se puedan levantar en contra de este juego (ya en algunos países arábigos lo han tildado como un elemento antiislamista y potencial arma de la CIA para observarlo todo), Pokémon Go también ha servido como una herramienta para entender algo que la filosofía y la física en el siglo XX vienen planteando desde hace décadas: la constitución misma de la realidad.
Si lo analizamos a la luz de la filosofía, Pokémon Go se expone como el instrumento ideal para comprender dos interrogantes fundamentales sobre la realidad: ¿esta se construye o se devela?
Si se analiza a fondo, el juego funciona tanto para uno como para otro ámbito. Por una parte, la realidad se construiría, y en este caso se lo hace desde una computadora, modificando lo que se ve e introduciendo lo que se necesita ver.
Del otro lado, la realidad, gracias a Pokémon Go, se devela. Lo hace cada vez que uno de esos monstruos aparecen en cada pantallazo y se vuelven una prioridad para quienes intentan cazarlos.
La física también parece haber alimentado su ego con la aparición de esta aplicación. Si bien por muchos años ha buscado la manera en que las masas entiendan que existen por lo menos dos mundos (el macro y el microcosmos) regidos por leyes completamente distintas, en esta ocasión la realidad aumentada ha servido como herramienta eficaz para comprender que hay algo que no vemos y en lo que estamos inmersos. Aquí se puede citar, por ejemplo, el caso de la materia oscura, tan abundante en el universo y poco conocida aún por la ciencia.
En este debate entra a consideración la postura del filósofo y científico cognitivo David Chalmers. Al analizar la realidad de lo virtual, él afirma que las experiencias construidas por computadora poco a poco van dejando una huella artificial en la mente de las nuevas generaciones para convertirse en un elemento válido de aprendizaje. “Mientras estoy sentado en un departamento en Nueva York puedo aprender sobre ciencia cual si estuviese en un laboratorio. Y toda esa información que recibo no deja de ser útil en el momento de aprehenderla”, dice en uno de sus análisis.
Efectivamente, eso es lo que se espera de una iniciativa innovadora y revolucionaria como Pokémon Go. Mientras los extremistas islámicos lo acusan como un invento del diablo, los dirigentes de los parques nacionales de los Estados Unidos han encontrado a este juego como un aliado en lucha por la conservación de los espacios naturales. En estos sitios, los cazadores de Pokémones podrán encontrar especímenes raros y, al mismo tiempo, entrar en contacto con una naturaleza muchas veces dejada en el abandono.
A la postre, y como lo subraya Chalmers, en todo este fenómeno podemos ver que no sabemos certeramente si lo que vemos es la realidad en sí misma o si somos manipulados por un espíritu malvado, como lo dirían los griegos. “Es probable que estemos viviendo en un mundo creado por una computadora que está evolucionando velozmente y creando multiversos continuos. Es como un ‘Matrix’”, señala el filósofo.
En última instancia, Pokémon Go se convirtió en el símbolo de una postmodernidad que atraviesa una crisis de sus fundamentos; una en la que se cree que desarrollando seres virtuales en computadora se puede desviar la atención de los temas importantes: los muertos por la guerra, la extinción de las especies, la crisis económico-política. Y lo hace de la manera más sencilla y natural de todas: levantando un teléfono y maquillando el mundo que está al alcance de la cámara de un ‘smartphone’.