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Perú quiere desbarrancarse, tras una crisis de décadas

Un grupo fujimorista denominado La Resistencia se enfrentó a los simpatizantes de Pedro Castillo en las afueras del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), el jueves.

Un escalofrío de espanto recorrió el domingo 6 de junio la espalda de millones de peruanos: Pedro Castillo, un profesor rural de intelecto limitado e ideas radicales, había ganado la Presidencia de su país para los próximos cinco años, armado de una agenda que incluye, en lo económico, expropiaciones y estatizaciones y, en lo político, la liquidación de las instituciones mediante una asamblea constituyente. La otra mitad del país, la que le dio la victoria con el 50,13 por ciento de los votos, recibió el resultado con expectativas y emoción.

Expectativa y emoción porque el Perú es una sociedad donde las diferencias (entre los ricos y los pobres, la Costa y la Sierra, lo urbano y lo rural) son visibles y agresivas, pues el crecimiento económico de los últimos años, uno de los más sostenidos de América Latina, no ha acortado, como se esperaba, las brechas económicas y sociales en un país en el que casi seis de cada 10 personas están en condiciones de pobreza o, al menos, de vulnerabilidad. Y, claro, una mayoría de esa población rezagada estuvo el 6 de junio dispuesta a todo, incluso a apostar por un profesor rural que quiere trastornarlo todo.

Pero para la otra mitad esa elección fue una prueba irrefutable de que el Perú quiere desbarrancarse. ¿Cómo se explica, de otra manera, que, a pesar de las pésimas experiencias con el ‘socialismo de siglo 21’ (sobre todo en Venezuela, pero no solo en Venezuela), los peruanos hayan votado por ese proyecto político fallido y, para colmo, autoritario? El pánico del 6 de junio era, para quienes resignadamente votaron por Keiko Fujimori, más que comprensible.

Lo que está claro es que la democracia rescatada en 1980 no ha sido plácida y sosegada, como en general lo fue hasta el golpe militar que el general Juan Velasco Alvarado dio el 3 de octubre de 1968. Por entonces, el Perú era gobernado por Fernando Belaunde, un político ilustrado y sobrio, de línea conservadora y respetuoso de los derechos y las libertades, pero que, al no haber podido resolver en términos adecuados un litigio con la empresa estadounidense International Petroleum Company (el caso Página Once), permitió que unos militares de izquierda se tomaran el poder “en nombre de la dignidad nacional…”.

En los siguientes siete años, hasta agosto de 1975, el “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas” nacionalizó la banca y las empresas mineras, emprendió una reforma agraria profunda, estatizó la industria pesquera, reforzó el sindicalismo obrero, suprimió la libertad de prensa y, entre otras medidas de control social, creó una organización, llamada ‘Sinamos’, encargada de movilizar a sus bases y de atemorizar a los opositores. Cuando el general Francisco Morales Bermúdez derrocó a Velasco Alvarado, el Perú estaba al borde de la bancarrota, con decenas de empresas estatales deficitarias, una burocracia gigantesca y los capitales privados en fuga.

Morales se dedicó, con grandes contratiempos, a recomponer la economía y restablecer las libertades, para así llamar a elecciones y recuperar la democracia. Y en las elecciones de mayo de 1980 Fernando Belaunde fue restituido en la presidencia, en lo que pareció ser el comienzo auspicioso de la nueva democracia. Su segundo gobierno, sin embargo, estuvo repleto de sobresaltos, como el conflicto con el Ecuador en la zona de Paquisha y, sobre todo, la ofensiva creciente del grupo terrorista Sendero Luminoso, que en 1983 lanzó una “guerra popular” que hasta la captura de su líder, Abimael Guzmán, en septiembre de 1992, causó cerca de 50 000 muertos.

Desde entonces, y a pesar de los intervalos de estabilidad y de un proceso sostenido de crecimiento de la economía, el Perú fue de tumbo en tumbo, pavimentando el camino para que en 2021 los peruanos tomaran la salida desesperada de elegir un presidente, Pedro Castillo, cuyas propuestas anticipan cinco años de borrascas y crisis.

Ese ir de tumbo en tumbo empezó con la elección, en 1985, de Alan García, un orador insuperable pero un gobernante desbocado, cuya demagogia desató una hiperinflación que alentó la arremetida de Sendero Luminoso. En 1990 llegó Alberto Fujimori, quien, con autogolpe incluido, se dedicó a resucitar la economía y a vencer al terrorismo, con resultados notables pero al precio altísimo de atropellar derechos y querer eternizarse en el mando. Cuando cayó, el austero interinato de Valentín Paniagua fue interpretado como un nuevo comienzo, muy promisorio. Pero no fue así.

Los cuatro presidentes siguientes -Alejandro Toledo, Alan García (+), Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski- terminaron con enredos legales bajo denuncias de corrupción, lo que acentuó el escepticismo y el disgusto populares, a pesar de que la economía peruana, aunque distribuía mal, crecía bien.

Y así llegaron las elecciones de 2021, en las que el Perú decidió acercarse al precipicio, pensando que tal vez allá abajo, en el valle que podría estar en el fondo del abismo, esté la tierra prometida de la prosperidad y la equidad.

 *Periodista, escritor

¿Pedro castillo Es de Sendero Luminoso?

Los años trágicos de Sendero Luminoso, cuando Abimael Guzmán (llamándose ‘Presidente Gonzalo’ y proclamándose la ‘Cuarta Espada del Comunismo’) lanzó a sus combatientes a sembrar el terror en nombre de la revolución socialista, volvieron a la mente de millones de peruanos tras la elección del 6 de junio: ¿será Pedro Castillo un presidente de izquierda radical, convencido de las ideas tenebrosas que entre 1983 y 1992 sumieron al Perú en un torbellino de miedo y sangre?

Los antecedentes dicen que no: Castillo estuvo, en la época del terror senderista, vinculado con las ‘rondas campesinas’, unos grupos rurales de autodefensa creados por los trabajadores del campo para protegerse de los asesinatos, los robos y las extorsiones de los seguidores de Guzmán. Por ahí está libre de sospechas.

Más aún, si bien en su estado mayor se han colado devotos de José Carlos Mariátegui (el pensador marxista muerto en 1930 después de escribir sus “7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana”), Castillo no ha hecho referencias explícitas a su utopía del comunismo andino, ni parece tener identificaciones, como Mariátegui, con el marxismo en la versión leninista de la Tercera Internacional.

Castillo parece seguir, más bien, el rudo populismo izquierdista, sin sustento ideológico sólido, del ‘socialismo del siglo 21’, una práctica autoritaria, antiliberal, antidemocrática y turbulenta que, guiada desde Cuba, se difundió en América Latina con Hugo Chávez y sus discípulos más aplicados: Nicolás Maduro, Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega. ¿Irá Castillo por ese rumbo? El tiempo lo dirá.