Nicanor Parra, el provocador que sigue vigente

El poeta chileno Nicanor Parra murió el 23 de enero, a los 103 años de edad. Fue uno de los grandes renovadores de la lengua con su antipoesía. Foto: EFE

El poeta chileno Nicanor Parra murió el 23 de enero, a los 103 años de edad. Fue uno de los grandes renovadores de la lengua con su antipoesía. Foto: EFE

El poeta chileno Nicanor Parra murió el 23 de enero, a los 103 años de edad. Fue uno de los grandes renovadores de la lengua con su antipoesía. Foto: EFE

En Chile ocurre algo: se levanta una piedra y salen poetas. Y son muchos que, además, son extraordinarios.

Aunque Pablo Neruda aparece en un lugar de excepción, y luego Gabriela Mistral –un tanto olvidada-, los dos premios Nobel de literatura (por poetas y no por otra cosa) chilenos, los nombres se multiplican.

Y muchos de ellos pueden venerarse como suele ocurrir con algunos poetas: Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Gonzalo Rojas, Raúl Zurita, Roberto Bolaño (sí, era novelista, pero él se prefería poeta). Y, obviamente, Nicanor Parra

El hecho curioso es que a diferencia del dialecto chileno -que al oído del extranjero suena igual en cualquiera de sus regiones-, el origen de estos poetas, cada uno con su lenguaje particular, cubre el amplio espectro de esa geografía alargada.

Y eso pone sobre la mesa una pregunta: ¿qué hace que Chile haya generado tantos poetas y de tan alto nivel? Probablemente sea la soledad que vive Chile como país. Rodeados por el desierto, la Patagonia, el océano y la parte más feroz de la cordillera de los Andes, los poetas chilenos re-conocen la soledad. Pendientes de las palabras como objeto en sí, tuvieron que hablarse a sí mismos.

Y seguramente por eso, si alguien camina por los bares de Ñuñoa, Bellavista o Providencia no ha de extrañarle ver a algún solitario escribiendo en un cuaderno. “Es un poeta”, dirán desde otras mesas, aunque lo pronuncien más como ‘pueta’. Y, caso también curioso, son respetados. Siempre llamará la atención que un poeta pudiera llenar un estadio de fútbol para leer sus textos.

Lo hizo Neruda cuando regresó al país varios años después de ganar el Nobel. Se dirá que se debe al premio. Y puede ser cierto. Pero llenó un estadio. Parra vivió algo parecido. En un encuentro internacional de poetas en el 2001 salió al balcón a leer uno de sus mejores poemas –El hombre imaginario- también ante una plaza llena de jóvenes que lo ovacionaban.

La muerte de Nicanor Parra el martes -¡a los 103 años!- cierra la puerta de las grandes influencias de la poesía chilena y latinoamericana del siglo XX. Y, quizá sea aventurado decirlo, fue uno de los últimos -si no el último- que lo ha logrado. Ese es un campo reservado para los grandes poetas, que son pocos: Rubén Darío, Neruda, César Vallejo.

Hay otros que algunos discutirán. Pero Parra tuvo que hacerlo bajo la sombra de Neruda. Y ese ya puede ser su primer mérito: Neruda conquistaba multitudes (y hacía una gran poesía); Parra conquistaba poetas desde los años 50 y continuaría así hasta hace poco. La antipoesía de Parra, con 1954 como año de nacimiento, fue continuada, seguida, emulada e imitada en la lengua castellana. Para bien y para mal. “Sus seguidores creyeron que la función de la poesía era contar chascarros en verso”, dice el poeta chileno Oscar Hahn al diario El Mercurio.

Pero esas cosas pasan en la literatura: unos abren caminos; otros lo siguen. Unos son una superación; otros quedan en el camino (“los borgesitos”, que decía Mario Vargas Llosa). En Ecuador -y que sea el lector de estas líneas quien juzgue su valor poético- hubo entre los Tzántzicos algunos seguidores, Euler Granda, por ejemplo.

También aquellos que se iniciaban, en los años 80, en los talleres literarios de Miguel Donoso Pareja, como los primeros textos de Vicente Robalino o Edwin Madrid. En Chile, en 1992, Adán Méndez ganaba un prestigioso concurso nacional por su libro ­‘Antología precipitada’, que tiene un poema brillante: ‘Nuestra ciencia paradigmática es la física contemporánea’. Una duda nomás nace: Parra fue uno de los jurados. Seguir a Parra, ser uno de sus continuadores es -como dijo Roberto Bolaño- cosa de valientes.

“Escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado”, publica en sus breves comentarios reunidos en ‘Entre Paréntesis’ (una de sus obras póstumas, del 2004). “Solo los jóvenes son valientes, solo los jóvenes tienen el espíritu puro entre los puros”, dice Bolaño. Parra, entonces, cumple con la definición de la poesía de la modernidad que sostenía Octavio Paz: rompe con la tradición, pero inaugura otra tradición que, inevitablemente, también deberá romperse.

Se ha dicho, y con razón, que Parra era un provocador. Todo poeta es un provocador del lenguaje. “Yo me preguntaba por qué cresta los poetas hablaban de una forma y escribían después con esa jerga conocida como lenguaje poético, que no tiene que ver con el lenguaje de la realidad”, explicaba Parra sobre su antipoesía. Con ello, según el poeta y ensayista uruguayo Eduardo Milán, ese “lenguaje hablado” de Nicanor Parra es también “un lenguaje escuchado”.

Requiere de un “oyente poético” que, además, acepta las reglas de juego de Parra. Es decir, debe tener la capacidad de extrañarse ante sus propias palabras. Al darse cuenta de las “investigaciones lingüísticas” de Parra, este lector activo -escribe Milán en su ensayo ‘Hablar de Parra’- “tiene que asumir una actitud distante ante el lenguaje que él mismo habla y al cual, en general, considera ‘natural’. Debe extrañarse ante su mismo lenguaje (...) Con esa radicalidad volcada ahora hacia el lenguaje, Parra demanda al lector que también se ‘salga’, pero ahora de su propio lenguaje, que desconfíe de él”.

Habría que ubicarse en el año 1954, cuando publica sus ‘Poemas y antipoemas’, 17 años después de su primer poemario, ‘Cancionero sin nombre’, del que se ha dicho que fue escrito bajo el influjo de García Lorca. Sin duda debió sorprender y hasta chocar cuando se leía esa ‘Advertencia al lector’: “El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos: Aunque le pese,/ el lector tendrá que darse siempre por satisfecho” o “Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte”.

Renombrar las cosas. Esa es una de las funciones de la poesía: “el poeta no cumple su palabra /si no cambia los nombres de las cosas”. Y “todo poeta que se estime a sí mismo /debe tener su propio diccionario /y antes que se me olvide /al propio dios hay que cambiarle de nombre /que cada cual lo llame como quiera / ese es un problema personal”. Se ha dicho -y con razón- que Parra era un provocador.

Y todo gran poeta, como Parra, es un provocador de la moral. ‘Sermones y prédicas del Cristo de Elqui’ (1977), por ejemplo, sobre un predicador callejero de los años 30 en Chile y que tuvo que buscar las formas de evitar la censura con el nombre de Domingo Zárate.

O el mismo ‘Manifiesto’, en el que se va contra aquellos poetas que abrazaron el comunismo: “Unos pocos se hicieron comunistas / yo no sé si lo fueron realmente./ Supongamos que fueron comunistas,/ lo que sé es una cosa:/ que no fueron poetas populares,/ fueron unos reverendos poetas burgueses”. Sin duda sus altercados con derecha e izquierda colocan a Parra en un lugar que hoy es destacado.

Pero en su tiempo generó al chileno numerosas incomodidades. Pero él se mantuvo y fue más allá con ‘Artefactos’, imágenes con texto, donde ridiculiza a cualquiera de los dos bandos ideológicos.

T. S. Eliot decía que la función social de la poesía es otorgar placer, pero también debe ofrecer una experiencia nueva o decir las cosas que todos vivimos de un modo para el cual antes no había un lenguaje: “Sin producir estos dos efectos, simplemente no es poesía”.

Seis veces nombrado para el Nobel -según el crítico y autor del Canon Occidental, Harold Bloom, se lo merecía- era difícil que se lo dieran a un tercer poeta chileno. Queda, sin embargo, la certeza de que en el cuerpo poético que aún se está escribiendo, por lo menos una uña tiene su ADN.


PADRE NUESTRO

Padre nuestro que estás en el cielo
lleno de toda clase de problemas
con el ceño fruncido
como si fueras un hombre vulgar y corriente
no pienses más en nosotros.

Comprendemos que sufres
porque no puedes arreglar las cosas.
Sabemos que el Demonio no te deja tranquilo
desconstruyendo lo que tú construyes.

Él se ríe de ti
pero nosotros lloramos contigo:
no te preocupes de sus risas diabólicas.

Padre nuestro que estás donde estás
rodeado de ángeles desleales
sinceramente: no sufras más por nosotros
tienes que darte cuenta
de que los dioses no son infalibles
y que nosotros perdonamos todo.

(De ‘La camisa de fuerza’, 1962-1968)

EL HOMBRE IMAGINARIO

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios

Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de valles imaginarios

Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario

Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.

(De ‘Hojas de Parra’, 1985)

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