El escritor y músico ecuatoriano Ney Yépez. Foto: EL COMERCIO
Cada raza, etnia, cultura o sociedad tiene sus rasgos específicos que la distingue; que la perpetúa y la hace única. Todo conglomerado humano -grande o chico- tiene, asimismo, sus símbolos particulares, sus tótems, sus plantas milagrosas. Sus cosmovisiones propias. Sus cielos y sus infiernos.
Una de esas reliquias y una de esas panaceas son, precisamente, las piedras basales en las que se asienta la novela de Ney Yépez.
‘El secreto de la reliquia sagrada’, publicado por Eskeletra Editorial, es un corto pero intenso y potente relato que tiene por protagonistas principales la jungla amazónica del Yasuní y sus residentes ancestrales, los taromenanes, quienes junto a los tagaeris son las dos últimas tribus huaoranis no contactadas.
¿El argumento? La defensa de los taromenanes de uno de sus bienes más preciados, una planta mágica que cura casi todo y que quiere ser usurpada por uno de los consorcios farmacéuticos más poderosos del orbe, que sueña con forrarse los bolsillos con su producción.
El atraco es impedido por el yachay o uwishin de la tribu con la ayuda del biólogo Zuco Lema, la reportera Candelaria Nieto y otros incondicionales con la pausa del planeta, como el activista indio Arif Paarek. Saca a la luz personajes atemporales como Wayra, un ancestral kuraka otavaleño que se viste de aya huma cuando quiere desaparecer a la vista de todos y al son de la melodía pentafónica de su flauta mágica.
La protección de esa maravilla vegetal amazónica solo puede realizarse eficazmente si se utiliza la reliquia sagrada de la tribu, una roca singular que es para los huaorani como la piedra filosofal era para los filósofos y alquimistas del medioevo; una roca todopoderosa cuya función primordial es la preservación de la etnia.
La vorágine que resulta de esa búsqueda frenética llega a latitudes como la Isla Santacruz en Galápagos, las montañas ecuatorianas, los recintos colombianos en manos de las guerrillas y hasta la campiña italiana.
El final feliz del relato es, también, un desahogo para los optimistas y para este mundo tan amenazado. Una tierra enferma que sobrevive, aunque no se sabe por cuánto tiempo.