Las danzantes lucen vistosas prendas de vestir similares a las de sus abuelas. Foto: Washington Benalcazar/EL COMERCIO
Cientos de historias se tejen en las orillas del río Chota. Esas estampas cotidianas de los afrodescendientes de esta zona de la Sierra norte, que habitan entre Imbabura y Carchi, son puestas en escena por el grupo de danzas Choteñitas.
Estas chicas, de la comuna El Chota, en el norte de Ibarra, bregan desde hace siete años por revitalizar elementos como el baile y la música bomba, que identifican a su etnia.
También buscan heredar la sabiduría de personajes como Eudocia Chalá y Urcesino Carcelén, considerados guardianes de la Bomba de esta parcialidad, señala Marta Gudiño, directora de las Choteñitas.
Chalá lleva 75 de sus 87 años en la danza. Su especialidad es zapatear llevando la botella en la cabeza, un baile típico de la cultura afrochoteña. Ellos conservan los pasos, el ritmo, la elegancia y la picardía, que caracterizan a los pobladores de este territorio ancestral.
“No solo aprendemos a bailar, sino también a conocer el significado de cada elemento”, asegura Gudiño. Para Chalá, por ejemplo, danzar con la botella en la cabeza no solo es señal de buen equilibrio, sino una muestra de poder y madurez.
Las Choteñitas, que lucen faldas plisadas, delantal y coloridas blusas, no solo han aprendido los pasos de los mayores, sino también las coplas. Esta suerte de estribillos populares surgen en reuniones; los jóvenes las llaman ‘cochitas morosas’. Son frases como: los zapatitos me ajustan/las medias me hacen calor/un chico que toca la bomba/ me tiene loca de amor”. Si a alguien le gusta la estrofa viene el contrapunteado.
Hoy cada parcialidad afrochoteña posee, al menos, un grupo de danza. Algo similar sucede con los conjuntos de música. Pero en la vecina parroquia de Salinas, la Escuela de Bomba presentó su primer grupo de danza de niñas.
La instructora Samia García se encargó de instruir a las chicas, de entre 8 y 12 años, en los secretos del ritmo cadencioso.