El artesano Jorge Flores posa junto a su propia marioneta y otras creaciones. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO
Las pequeñas y efímeras marionetas que creaba de niño se convirtieron en su inspiración. En casa del guayaquileño Jorge Flores no había juguetes, pero su creatividad lo impulsó a dar forma a pedazos de cartón, papel y soga para entretenerse. “Se deshacían en dos o tres días, pero de ahí nació lo que hago ahora”, recuerda.
De aquella inocente travesura brotó un arte que ha dado forma a más de 2 500 figuras en los últimos dos años. Flores es artesano y moldea con sus manos la porcelana fría o porcelanicrón, un material resistente que le ha permitido crear múltiples y diversos personajes.
Su taller, ubicado en el 309 de las calles Gómez Rendón y Chile, en pleno centro de Guayaquil, es un imán que atrae a los curiosos caminantes. Algunos se detienen por unos minutos para observar y alabar los mínimos y precisos detalles de sus diseños.
“Ningún personaje se parece a otro, aunque lo repitamos, porque todos son elaborados a mano. Por eso la confección de cada uno puede tomarnos entre 2 y 6 horas, según los rasgos y las facciones”.
Un pequeño teatrino da la bienvenida a su local. Ese es el escenario de un grupo de marionetas que, suspendidas en el aire, esperan que su creador las elija para cobrar vida.
Las figurillas miden 12 centímetros de alto. Diseñarlas es parecido a armar un rompecabezas: las piernas se dividen en tres partes, para que tengan flexibilidad; dos segmentos forman los brazos y las dimensiones del cuerpo dependen del tamaño de la cabeza: la primera pieza que esculpe para definir las medidas del muñeco.
Las figuras se comercializan en USD 23, al por mayor; las marionetas están valoradas en USD 12. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO
Al final se colocan los hilos que permitirán al marionetista darle movimiento. “Esta es una de las partes más importantes -dice Flores-. Hay que graduar bien cada una de las piezas para lograr movimientos sincronizados”, agrega mientras hace sentar, parar y caminar a una de sus creaciones.
Los muñecos de este artesano tienen una función social. Su objetivo es que lleguen a los más pequeños, como parte de su desarrollo psicomotriz. “Todo surge, quizá, porque no tuve un juguete como este. Y estoy bogando para que otros niños puedan tenerlo”, dice Flores, quien además expende materiales didácticos.
El diseñador explica que la manipulación de las marionetas aporta al desarrollo de la motricidad fina en los infantes. Por eso su plan es que se implementen en los centros de cuidado del Ministerio de Inclusión Económica y Social.
Este escultor también da forma a caricaturas. Aunque no se mueven, sus acabados son tan precisos que parecen pequeños hombrecillos de porcelana. Decenas de ellos aguardan inmóviles en las vitrinas de la parte frontal del negocio.
Entre estas artesanías se destacan personajes típicos, como un montuvio con sombrero de paja y camisa holgada. Un ‘Clásico del Astillero’ se disputa en otra estantería, copada por imágenes de futbolistas de Emelec y Barcelona, tradicionales equipos porteños.
Una buena fotografía le ha bastado para recrear a políticos; incluso él mismo se moldeó. A su galería se suman figuras más modernas: cantantes legendarios, emblemáticos actores, personajes de ciencia ficción, villanos, superhéroes con capas ondeantes…
El talento que descubrió cuando era niño revivió en sus viajes por Colombia, Italia y Estados Unidos, donde ha asistido a ferias artesanales. Esos encuentros le ayudaron a valorar aún más la creatividad de los nacionales.
“Hay mucho talento entre los artesanos ecuatorianos. En Ibarra hay quienes hacen cuadros con la crin del caballo. En Manabí hay artesanos que trabajan la tagua, pero son poco conocidos. Necesitamos darles mayor impulso”.
Flores trabaja junto a Carlos Restrepo y Julio López. Entre sus proyectos está la ampliación del taller para enseñar a más personas este arte, en el que emplea elementos sencillos, como pinzas y tuercas. Sus manos y su ingenio son sus principales herramientas.