‘De cuerpo presente’ es la obra que María Luisa González montó para celebrar sus 50 años en el mundo de la danza. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO
La Magdalena, sur de Quito, finales de los años 60. En el patio de una casa hay nueve mujeres. Ocho son hermanas. La que no es parte de la familia es una vecina que estudia danza. Un día les cuenta a las ocho hermanas que hay unas becas para entrar al Ballet Folclórico de Marcelo Ordóñez.
Tiempo después, deciden ir a ver cómo era aquel mundo del que tanto hablaba su vecina. La única que se quedó prendada por el resto de su vida de la danza fue la menor, la de cuerpo menudo, que lleva por nombre María Luisa.
50 años más tarde, González rememora ese momento con nostalgia y también con la alegría culposa de aquellos que encuentran su lugar en el mundo desde muy corta edad.
Está sentada en una banca que hay afuera de la Sala Mandrágora, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, un espacio donde las últimas semanas ensayó ‘El olvido del ser’, ‘Antes de flotar’ y ‘La ilusión de lo imposible’, las tres piezas que componen ‘De cuerpo presente’, el espectáculo escénico que presenta este jueves 20 de febrero del 2020, en el Teatro Nacional Sucre.
En la actualidad, González es un referente indiscutible de las artes escénicas del país, pero 50 años atrás era una joven que estudiaba en un colegio religioso, que nunca se había puesto mallas o un ‘body’.
No solo era tímida en sus interacciones con otras personas, sino también en la relación que tenía con su cuerpo. Lo que la ayudó a seguir adelante durante esos primeros encuentros con la danza fue lo que, desde niña, había vivido en su barrio. “Bailábamos mucha música ecuatoriana, que me resultaba familiar porque vivía en La Magdalena, un barrio lleno de fiestas populares”.
Con los primeros años de danza, también fue alumna de Noralma Vera, llegó su incursión en el teatro. Descubrió que los artistas de la época estaban interesados en las luchas sociales; que a ella le gustaba la poesía de Pablo Neruda y que tenía la capacidad para montar una obra con un grupo y subir al proscenio de cualquier escenario en solitario.
Entre sus compañeros de ensayo estaban otros dos jóvenes que, al igual que ella y sin saberlo aún, marcarían la escena local. Estos son: Wilson Pico y Kléver Viera.
Un año antes de graduarse del colegio, se juntó a unos amigos bailarines para formar un grupo, que impulsó la creación, en 1974, del Instituto Nacional de Danza y que dos años más tarde se convertiría en la Compañía Nacional de Danza (CNDE). Este espacio se convirtió en otra de las constantes de su vida.
Después de graduarse del colegio puso en práctica otras de sus pasiones: la formación de nuevas bailarinas y bailarines. “Durante algunos años di clases de danza en los colegios 24 de Mayo, María Angélica Idrobo y Manuela Cañizares. Cuando dejé esos trabajos, mi familia me reclamó, pero yo solo pensaba en volver a los escenarios”.
Sus primeras presentaciones fueron en el Teatro Prometeo y en espacios públicos de la ciudad, como el parque El Ejido. Luego vinieron otros como el Patio de Comedias, el Teatro Sucre y escenarios de México, entre 1979 y 1981.
La década más fructífera de su carrera fue la de los 80. Trabajó junto a José Vacas en ‘Mudanzas’, un híbrido entre danza y pantomima, que salió a escena en 1983 y que volvieron a montar en 1987. Recuerda que con esta obra hicieron una gira por el país en funciones con taquilla agotada. “También pienso con cariño -dice- en obras como ‘Historia de la perfecta agonía’, que la montamos con Santiago Rivadeneira y Víctor Hugo Gallegos”.
Antes de dirigir la CNDE montó una de sus obras icónicas de los años 90, ‘La Torera’, dirigida por Jorge Mateus. Esta pieza, al igual que ‘La Virgen de Quito’ fueron parte de Interestética, un proyecto de Ulises Estrella.
Desde el 2015 retomó su trabajo independiente; dicta clases y talleres. Volvió a montar ‘La Torera’ y estrenó ‘La mirada del ángel’. Dice que volver a subirse a un escenario le recordó esa libertad que sentía a finales de los años 60.
“Cuando estoy en el escenario trato de hacerme un limpia interna y disfrutar lo que he bailado en los ensayos. Me permito que las sensaciones estén a flor de piel, algo que no sucede en los ensayos, ahí soy disciplinada”.