Testimonio de Andréa Terán
‘Llevar una vida, de una suerte de nómada durante alrededor de seis meses no resulta nada fácil y de seguro revuelve muchas cosas en tu interior. A lo largo de este tiempo, literalmente, llevamos nuestra casa en una bicicleta y dentro de cuatro alforjas.
Muchas veces, en el caos de la ciudad en la cual se vive, una persona se ve cegada por el consumismo y, además, por la necesidad de vivir rodeado de comodidades y lujos, de mucha comida, ropa, objetos, etc.
Pero durante este tiempo de la travesía por países de América del Sur nos dimos cuenta que ‘para vivir feliz’ no hacen falta más que dos mudas de ropa y un cepillo de dientes, aunque creo que exagero un poco.
Para mí, Andrea Terán, bióloga graduada en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), este viaje ha producido muchos cambios en mi vida, físicos y espirituales.
La idea de hacer la travesía en bicicleta maduró en el grupo que se formó en el Club de Ciclismo de la PUCE. Todos nos conocimos ahí. Hacíamos paseos dentro del país. Salíamos los fines de semana. En los feriados más largos intentábamos conocer lugares más alejados.
Cada uno de nosotros tenía el sueño de recorrer una serie de países de Sudamérica en bicicleta y fue en este club en donde tomó fuerza esa idea.
Todos somos ambientalistas. Queríamos viajar, pero no solo por turismo. Fue así que decidimos realizar una travesía por un motivo y por un ideal, como es la defensa del agua y para hacer un llamado, sobre el mejor manejo de este recurso tan importante para la vida.
La mayoría de nosotros estudia o finalizó carreras universitarias afines con el medioambiente. Es por esta razón, que resolvimos realizar un recorrido para difundir un mensaje de conservación del agua, que es un problema muy serio sobre el cual muy poca gente está consciente.
Además, decidimos recopilar información para elaborar un documental que podrá ser difundido en las localidades en las cuales no existe una conciencia sobre el cuidado y el buen uso del agua. En nuestro viaje hallamos muchas comunidades de este tipo.
El momento más impactante del viaje fue probablemente cuando atravesamos la Cordillera Blanca, en el norte del Perú. Las inclemencias del tiempo, en medio de la cadena de nevados, casi congelan nuestro sueño de continuar nuestra travesía. De milagro salimos indenmes y con todos los dedos en su sitio porque en un momento sentimos que se nos congelaban y que habría necesidad de amputarlos.
En este tipo de periplos, cada día se vive una aventura y las anécdotas son muchísimas. Repito que la más impactante de todas ocurrió en la Cordillera Blanca, donde el instinto de supervivencia brotó muy fuerte. Pedaleamos a 4 900 m de altitud, pero teníamos tanta adrenalina en nuestros cuerpos que superamos el cansancio y la falta de oxígeno.
Allí no había la opción de parar y decir ‘estoy cansada’, solo había que pedalear y pedalear hasta llegar a un sitio menos inhóspito y ‘sentir’ las manos de nuevo. Al final, salimos a una carretera. Un camión nos llevó al pueblo más cercano donde la Policía nos ofreció un sitio para dormir y así recuperar el calor perdido.
De este viaje destaco que lo que te hace realmente bien es seguir los sueños y hacer lo que disfrutas y te gusta”.